Esther y Jerry Hicks
El libro de Sara
Ilustraciones de Caroline Garrett
URANO
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EL LIBRO DE SARA
PRÓLOGO
Éste
es un libro inspirado e inspirador sobre el viaje de una niña hacia la
felicidad infinita. Sara es una niña de diez años tímida y reservada que no se
siente feliz.
Tiene
un hermano odioso que no deja de atosigada, unos compañeros de escuela cruel e
insensible y ella mantiene una actitud apática con respecto a sus estudios. En
suma, representa a un gran número de niños de nuestra sociedad actual. Cuando
leí este libro por primera vez, me chocaron las similitudes entre Sara y mi
hija de diez años. Sara constituye una mezcla de todos los niños.
Sara
quiere sentirse satisfecha y feliz y llevarse bien con todo el mundo, pero
cuando mira a su alrededor no encuentra motivos para sentirse de ese modo. La
situación cambia cuando conoce a Salomón, un sabio y viejo búho que le enseña a
ver las cosas de otra manera a través de los ojos del amor incondicional.
Enseña a Sara a permanecer siempre en una atmósfera de energía pura y positiva.
Por primera vez, Sara comprende quién es en realidad y el ilimitado potencial
que posee. Tú, como lector, comprenderás que este libro es mucho más que un
cuento infantil. Es una pauta para alcanzar la alegría y la felicidad que te
corresponden por derecho propio.
Desde
que mi familia y yo leímos este libro no hemos vuelto a ser los mismos.
Quizá
fue mi marido quien se sintió más conmovido por él. Aseguró que le había
producido un impacto tremendo y que desde que lo había leído contemplaba la
vida con otros ojos. Es como si uno hubiera sido miope toda su vida y de pronto
se pusiera unas gafas. Todo adquiere una extraordinaria claridad.
No
puedo expresar todas las maravillosas cualidades que posee este libro, capaz de
transformar tu vida. Tú, lector, compartirás los altibajos de Sara durante su
viaje a un estadio superior de satisfacción y comprenderás que existe una Sara
en todos nosotros.
Si
pudieras adquirir tan sólo un libro, te recomendaría sin dudado que compraras
éste.
¡No
te arrepentirás! (Para personas de todas las edades.)
Por Denise Tarsitano en la «Rising Star Series»
Prefacio
«La
gente prefiere el entretenimiento a la información», parece ser que observó el
eminente editor William Randolph Hearst. En tal caso, informar de modo
entretenido sería el sistema más eficaz de transmitir información, incluso una
información de gran valor personal.
El libro de Sara consigue entretener e
informar al tiempo que penetra en ti - según tu capacidad de asimilación- a
través del proceso de traducción del pensamiento universal de Esther y su
ordenador. Los torrentes de impecable sabiduría y amor incondicional,
deliciosamente transmitidos por el divertido y emplumado mentor de Sara, se
combinan con las instructivas experiencias de Sara con su familia, compañeros,
vecinos y maestros para proporcionarte una nueva conciencia de tu estado
natural de bienestar. Para que comprendas que en realidad todo va bien.
Piensa
en quién eres y por qué estás aquí mientras te propones leer este libro, y
luego, tras completar tu primera lectura reflexiva del mismo, toma nota de lo
mucho y rápidamente que has avanzado hacia lo que es Importante para ti.
Como
resultado de las perspectivas más claras que alcanzarás a través de la lectura
de esta breve, sencilla y estimulante novela, experimentarás un increíble nivel
de alegría y felicidad.
Jerry
y Esther Hicks
PRIMERA PARTE
Sara y la amistad eterna entre aves del mismo plumaje
CAPÍTULO UNO
Sara arrugó el ceño mientras
permanecía acostada en su cálido lecho, disgustada por haberse despertado.
Aunque todavía no había amanecido, sabía que era hora de levantarse. Odio estos días de invierno tan cortos, pensó
Sara, ojala pudiera quedarme en la cama hasta que saliera el sol.
Sara
sabía que había soñado. Era un sueño muy agradable, pero no tenía remota idea
de lo que significaba.
No
quiero despertarme todavía, pensó
mientras trataba de adaptarse a la fría e ingrata mañana invernal después del
grato sueño que había tenido. Se arrebujó en su cálido lecho y aguzó el oído
para comprobar si su madre ya se había levantado y andaba trajinando por la casa. Luego se tapó la
cabeza con las mantas y cerró los ojos, tratando de recordar un fragmento del
agradable sueño del que se había despertado. Era tan delicioso que deseaba
seguir recordándolo.
Vaya, tengo que ir al baño. Si me
quedo quietecita, quizá se me pasen las ganas.
Sara
cambió de postura, tratando de postergar lo inevitable. Esto no funciona.
Bueno, me levantaré. Otro día. Qué le
vamos a hacer.
De
puntillas, Sara se dirigió por el pasillo hacia el baño, procurando sortear las
tablas del suelo que crujían, y cerró la puerta sin hacer ruido. Decidió
esperar un poco a tirar de la cadena del retrete para disfrutar de la
maravillosa sensación de estar despierta y a solas. Otros cinco minutos de paz
y tranquilidad, pensó.
-¿Sara?
¿Estás levantada? ¡Ven a ayudarme!
-Qué
más da que tire o no de la cadena -murmuró Sara-o ¡Un momento, ya voy!
-respondió
a su madre.
No
entendía cómo se las arreglaba su madre para saber lo que hacían todos en cada
momento en la casa. Debe
de tener aparatos de vigilancia en cada habitación, pensó con fastidio. Sabía
que eso no era cierto, pero había caído en un estado anímico negativo y no
podía evitarlo.
Dejaré de beber agua antes de
acostarme. O mejor aún, a partir del mediodía no beberé nada. Entonces, cuando
me despierte, podré quedarme acostada y pensar, a solas, sin que nadie se dé cuenta
de que estoy despierta.
Me pregunto a qué edad deja uno de
disfrutar de sus pensamientos. Sé que eso ocurre, porque las personas no callan
nunca. No pueden escuchar sus pensamientos, porque siempre están hablando, o
mirando la televisión, y lo primero que hacen cuando se suben al coche es poner
la radio. Parece
como si no les gustara estar a solas. Siempre quieren estar con otra gente.
Quieren ir a una reunión, al cine, a un baile o a ver un partido. En cambio a
mí me gustaría cubrirlo todo con un manto de silencio, al menos un ratito, para
prestar atención a mis pensamientos. Me pregunto si es posible estar despierta
sin que me bombardee el ruido de otras personas.
Fundaré un club. Gente contra ERDOP
(el ruido de otras personas). Lista de requisitos para ser socio: Los demás te
pueden caer bien, pero no es necesario que hables con ellos. Te puede gustar
observar a los demás, pero no es necesario que expliques a nadie lo que has
visto. Tiene que gustarte estar a solas, para pensar tranquilamente. Puedes
querer ayudar a los demás, pero sin pasarte, porque es una trampa que acabará
contigo.
Si demuestras demasiadas ganas de
ayudar, estás perdido.
Te agobiarán con sus ideas, y tienes
que disponer de tiempo para pensar en ti mismo.
Tienes que procurar no llamar la
atención y observar a los demás, sin que los demás se fijen en ti.
Me pregunto si alguien querrá ser
socio de mi club. ¡No, eso lo arruinaría! ¡Mi club consiste en no necesitar
ningún club! Consiste en que mi vida sea lo suficientemente importante,
interesante y divertida como para que yo no necesite a nadie más.
--¡Sara!
Sobresaltada,
Sara pestañeó al percatarse de que estaba delante del lavabo del baño,
mirándose en el espejo con aire ausente, moviendo el cepillo de dientes
distraídamente dentro de su boca.
-¿Vas
a quedarte ahí todo el día? ¡Date prisa, que hay mucho que hacer!
CAPÍTULO DOS
-¿Querías
decir algo, Sara?
Sara
se sobresaltó al oír al señor Jorgensen pronunciar su nombre.
-Sí,
señor. ¿Sobre qué, señor? -balbuceó mientras los otros veintisiete alumnos de
la clase se reían.
Sara
no entendía por qué les divertía tanto a sus compañeros el que otro metiera la
pata, pero siempre se ponían a reír estrepitosamente, como si hubiera ocurrido
algo verdaderamente cómico. ¿Qué tiene de cómico el que uno se sienta
avergonzado? Sara no conocía la respuesta a esa pregunta, pero no era el
momento de pensar en ello, porque el señor Jorgensen seguía plantado junto a
ella, haciendo que se sintiera increíblemente avergonzada mientras sus compañeros
observaban la escena con evidente regocijo.
-¿Puedes responder a mi pregunta,
Sara?
Más risas. ('Cuándo acabará este suplicio?
-Levántate, Sara, y danos tu
respuesta.
¿Por qué se
ensaña conmigo? ¿Tan importante es que responda a esa pregunta?
Cinco o seis
niños, los sabihondos de la clase, se apresuraron a levantar la mano para dejar
a Sara en ridículo.
-No, señor -musitó Sara, hundiéndose
en su asiento.
-¿Qué has dicho, Sara? –
preguntó el maestro con aspereza.
-He dicho que no, señor, que no sé la
respuesta a esa pregunta – contestó Sara levantando más la voz.
Pero el señor Jorgensen no había terminado aún con ella.
-¿Sabes la pregunta, Sara?
La niña se sonrojó abochornada. No tenía la más resmota
idea de cuál era la pregunta. Había estado absorta en sus pensamientos, en su
propio mundo.
-¿Me permites que te de un consejo,
Sara?
Sara no levantó la vista, porque sabía que tanto si se lo
permitía como si no el señor Jorgensen soltaría lo que quería decide.
-Te aconsejo, señorita, que dediques
más tiempo a pensar en las cosas importantes que comentamos en clase en lugar
de distraerte mirando por la ventana y pensando en tonterías. Procura asimilar
las lecciones con esa cabeza de chorlito que tienes.
Más risotadas.
¿Cuándo se
acabará la clase?
En aquel momento sonó, por fin, el timbre.
Sara echó a andar lentamente hacia su casa, observando
cómo sus botas rojas se hundían en la nieve. Se alegraba de que nevara. Se alegraba de
estar tranquila y a solas.
Se alegraba de tener la oportunidad de enfrascarse en la
privacidad de sus pensamientos durante la caminata de tres kilómetros a casa.
Observó que el lecho del río debajo del puente de la calle Mayor estaba
casi completamente cubierto de hielo y pensó en bajar a comprobar el grosor del
hielo, pero decidió dejado para otro día. Contempló el agua que fluía debajo de
la capa de hielo y sonrió al pensar en los numerosos rostros que mostraba el
río a lo largo del año. Lo más divertido del trayecto a casa era atravesar el
puente tendido sobre el río. Siempre ocurría algo interesante en ese lugar.
Después de cruzar el puente, Sara alzó la vista por
primera vez desde que había salido del patio de la escuela y sintió cierta
tristeza al pensar que sólo faltaban dos manzanas para que su apacible caminata
a casa concluyera. Aminoró el paso para saborear la paz que había recuperado,
tras lo cual se volvió y caminó unos metros hacia atrás, contemplando de nuevo
el puente.
-¡Paciencia! --dijo Sara suspirando
suavemente al enfilar el camino de grava de su casa. Se detuvo en los escalones
de entrada para desprender un trozo grande de hielo con la bota y lo lanzó de
un puntapié sobre un montón de nieve. Luego se quitó las botas mojadas y entró
en casa.
Sara cerró la puerta sigilosamente y colgó su grueso y
empapado abrigo en el perchero, procurando hacer el menor ruido posible. No se
parecía en nada a los otros miembros de su familia, que al entrar gritaban a
voz en cuello: «j Ya estoy aquí!» Me gustaría ser una ermitaña, pensó al
atravesar la salita de estar para dirigirse a la cocina.
Una ermitaña tranquila y feliz, que Piensa, que habla o
no dice nada, que elige ella misma todo lo que quiere hacer cada día de su
vida. ¡Sí!
CAPÍTULO TRES
De lo único que Sara era
consciente, mientras yacía de espaldas en el suelo cubierto de barro, frente a
su taquilla, era de que el codo le dolía mucho.
Caerse siempre produce una conmoción. Ocurre en un abrir
y cerrar de ojos. Te diriges apresuradamente a ocupar tu pupitre en la clase
antes de que suene el timbre, cuando de pronto das un traspiés y te encuentras
tumbada boca arriba en el suelo, inmóvil, sorprendida y con todo el cuerpo
molido. Y lo peor que puede pasarte es caerte en la escuela, delante de todos.
Al alzar los ojos Sara vio un mar de rostros que la
observaban con expresión divertida, sonriendo despectivamente, riendo
disimuladamente o carcajeándose de ella.
¡Como si a ellos
no les hubiera ocurrido nunca nada parecido!
Después de darse cuenta de que no existía nada tan
divertido como un hueso roro o una herida sangrando, o una víctima
retorciéndose de dolor, la multitud se dispersó y los morbosos compañeros de
Sara regresaron a sus respectivas aulas.
Un brazo enfundado en un jersey azul se inclinó sobre
ella y una mano le tomó la suya para ayudada a incorporarse al tiempo que la
voz de una niña le preguntaba:
-¿Estás bien? ¿Quieres levantarte?
No, pensó Sara,
quiero esfumarme,
pero como eso era imposible y la multitud de curiosos ya se había dispersado,
sonrió tímidamente mientras Ellen la ayudaba a ponerse de pie.
Sara nunca había hablado con Ellen, aunque la había visto
por los pasillos de la escuela. Ellen iba dos cursos más adelantada que Sara y
hacía sólo un año que estudiaba en su escuela.
En realidad, Sara apenas sabía nada sobre Ellen, pero era
normal. Los niños mayores no se trataban con los más pequeños. Existía una ley
no escrita al respecto.
Pero Ellen sonreía siempre, y aunque tenía pocos amigos y
casi siempre andaba sola, parecía feliz. Quizás era por eso que Sara se había
fijado en ella. Sara también era una niña solitaria. Prefería andar sola.
-Cuando llueve estos suelos se ponen
muy resbaladizos -comentó Ellen-. Lo raro es que no se caiga más gente aquí.
Todavía un poco aturdida, y tan avergonzada que apenas
podía articular palabra, Sara no prestó atención a las palabras que pronunciaba
Ellen, pero el tono de su voz le hizo sentirse mejor.
A Sara le chocó comprobar que se sentía tan impresionada
por otra persona. Era raro que prefiriera las palabras pronunciadas por otra
persona a la paz que le producía sumirse en sus propios pensamientos. Sí, era
una sensación muy extraña.
-Gracias -murmuró Sara mientras
trataba de quitarse el barro que tenía adherido a la falda.
-Cuando se seque tendrá mejor aspecto -comentó
Ellen.
A Sara volvió a impresionarle no lo que dijo Ellen, unas
palabras normales y corrientes, sino la forma en que las había dicho.
La voz sosegada y clara de Ellen alivió un poco la
sensación de tragedia y trauma que padecía Sara, eliminando su enorme bochorno
y dándole renovada energía.
En realidad no importa -respondió
Sara- Más vale que nos apresuremos si no queremos llegar tarde.
Cuando ocupó su pupitre -con el codo dolorido, con la
ropa manchada, los cordones de los zapatos desatados y el pelo lacio y castaño
cayéndole desordenado sobre los ojos- se sintió mejor de lo que jamás se había
sentido en clase. No era lógico, pero era así.
Aquel día, la caminata de regreso a casa después de clase
fue distinta. En lugar de enfrascarse en sus apacibles pensamientos, sin apenas
fijarse en nada salvo el estrecho sendero que discurría ante ella en la nieve,
Sara se sentía pletórica de energía y animada.
Como le apetecía cantar, se puso a cantar. Avanzaba
alegremente por el camino tarareando una conocida canción y observando a las
gentes del pequeño pueblo ocupándose de sus quehaceres.
Al pasar frente al único restaurante del pueblo, a Sara
se le ocurrió detenerse para merendar después de clase. A menudo le bastaba con
comerse un donut cubierto de chocolate, un cucurucho de helado o una pequeña
porción de patatas fritas para distraerse unos momentos y dejar de pensar en la
larga y monótona jornada que había pasado en la escuela...
Todavía me queda toda la paga semanal, pensó Sara,
deteniéndose en la acera frente al pequeño café, dudando si entrar. Por fin
decidió no hacerlo, recordando las palabras que su madre le repetía con
frecuencia: «Si meriendas se te quitarán
las ganas de cenar».
Sara no comprendía esas palabras, porque siempre tenía
ganas de comer cuando le ofrecían algo que estaba rico. Sólo cuando la comida
no tenía un aspecto apetecible, o, peor aún, cuando no olía bien, encontraba
algún pretexto para rechazada o comer sólo un par de bocados. Yo creo que son
los otros los que me quitan las ganas de comer, pensó Sara, sonriendo mientras
reemprendía el camino hacia su casa. De todos modos hoy no necesitaba nada,
porque todo iba como la seda en el mundo de Sara.
CAPÍTULO CUATRO
Sara se detuvo en el puente de la calle Mayor, para
comprobar si el hielo que cubría el río tenía el suficiente grosor para atravesado
a pie. Vio unas pocas aves posadas sobre el hielo y las huellas de un perro
grande en la nieve que lo cubría, pero observó que la capa de hielo aún no era
lo bastante gruesa para soportar su peso, cargada como iba con su pesado
abrigo, sus botas y su voluminosa cartera llena de libros.
Más vale que
espere un poco,
pensó mientras contemplaba el río helado a sus pies.
Asomada sobre el hielo, apoyada en la herrumbrosa
barandilla que creía que había sido instalada allí para su uso y disfrute,
sintiéndose mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo, Sara decidió
quedarse un rato admirando el espléndido río.
Depositó la cartera a sus pies y se apoyó contra la
herrumbrosa barandilla de metal, su lugar favorito.
Descansando apoyada en la barandilla, disfrutando del
paisaje, Sara sonrió al recordar el día en que el camión cargado de heno del
señor Jackson transformó una parte de la vieja barandilla en un magnífico
observatorio, cuando el señor Jackson pisó bruscamente el freno en la carretera
húmeda Y helada para evitar atropellar a Harvey, el perro salchicha de la señora Peterson. Todos
los habitantes de la población comentaron durante meses el episodio, recalcando
la suerte que había tenido el señor Jackson de que su camión no se precipitara
en el río. A Sara le chocaba la manía que tenía la gente de exagerar las cosas
y hacer que parecieran mas serias de lo que eran en realidad. Si el camión del
señor Jackson se hubiera precipitado al río, la situación habría sido muy
distinta. Estaría justificado el follón que se había armado. O bien si el señor
Jackson se hubiera caído al río y se hubiera ahogado, habrían tenido motivos de
hablar sobre el asuntó. Pero el señor Jackson no se había caído al río. Por lo
que sabía Sara, no había ocurrido nada grave. El camión no había sufrido daños.
El señor Jackson tampoco se había lastimado. Harvey se había llevado un buen
susto y su dueña no lo dejó salir de casa durante varios días, pero no le había
pasado nada. A la gente le gusta
preocuparse porque si pensó Sara. Pero le entusiasmó descubrir el nuevo
observatorio sobre el río.
Debido al impacto, los grandes y recios postes de acero
habían quedado combados, formando una especie de plataforma sobre el agua. Era
tan perfecta, que parecía construida expresamente para satisfacer Y alegrar a
Sara.
Apoyada en la barandilla, contemplando el río aguas
abajo, Sara observó el gigantesco tronco que flotaba en la superficie, lo cual
también le hizo sonreír. Otro «accidente" que le venía de perilla.
Una fuerte ventolera había dañado una de los grandes
árboles que crecían en una de las orillas del río. De modo que el agricultor
dueño del terreno había reunido a unos voluntarios de la población Y habían
podado todas las ramas del árbol, antes de talarlo.
Sara no entendía por qué se había organizado aquel
revuelo. A fin de cuentas, se trataba tan sólo de un inmensa y vetusto árbol.
Su padre no la había dejado aproximarse lo suficiente
para oír lo que decían los hombres, pera Sara había oído comentar a uno de
ellos que les preocupaba que el tendido eléctrico estuviera cerca del árbol.
Pero en esos momentos las grandes sierras mecánicas habían empezado a funcionar
y el ruido había impedido a Sara oír el resto de la conversación, de modo que
había seguido observando a cierta distancia el gran acontecimiento, junto con
la mayoría de habitantes del pueblo.
De pronto las sierras mecánicas enmudecieron y Sara oyó
gritar a alguien: « ¡Dios mío! ¡NO!" La niña recordó que se había tapado
los oídos Y había cerrado los ojos. Cuando el gigantesco árbol cayó, tuvo la
sensación de que un terremoto había sacudido el pueblo, pero al abrir los ojos
emitió una exclamación de gozo al contemplar el perfecto puente creado por el
tranco que comunicaba los pequeños senderos situados a ambos lados del río.
Mientras Sara gozaba admirando el paisaje desde su nido
de metal, respiró hondo, deseando aspirar el maravilloso olor del río. Se
sentía como hipnotizada. Los aromas, el sonido Constante y sistemático del
agua... Me encanta este viejo río, pensó sin apartar la Vista del enorme tronco que
atravesaba el río aguas abajo.
A Sara le encantaba extender los brazos para mantener el
equilibrio y tratar de atravesar el tronco lo más rápidamente posible. No
sentía temor alguno, pero tenía siempre presente que el menor resbalón podía
hacer que cayera al río. Además, cada vez que pasaba sobre el tronco oía la
advertencia de su madre resonando inoportunamente en su cabeza: « ¡No te acerques al río, Sara! ¡Podrías
ahogarte!»
Pero Sara apenas prestaba atención a esas palabras, porque
sabía algo que su madre ignoraba. Sabía que no podía ahogarse.
Tranquila y en paz con el mundo, Sara siguió apoyada en
su observatorio particular recordando lo que había ocurrido dos veranos antes
al atravesar ese tronco.
Había sucedido a última hora de la tarde, cuando Sara
había terminado todas sus tareas y había bajado al río. Después de permanecer
un rato contemplando el paisaje desde su plataforma de metal, había echado a
andar por el sendero hasta alcanzar el tronco. El nivel del río, muy crecido debido
a la nieve fundida, era más elevado que de costumbre y el agua casi cubría el
tronco. Sara había dudado en atravesar el río sobre el tronco.
Pero luego, impulsada por un caprichoso entusiasmo, había
decidido atravesar el precario puente. Al alcanzar aproximadamente la mitad del
mismo, se había detenido y se había girado unos instantes, con ambos pies
apuntando aguas abajo, oscilando ligeramente, pero enseguida había recuperado
el equilibrio y el entusiasmo. De improviso había aparecido Fuzzy, el chucho
sarnoso de los Pittsfield, corriendo a través del puente, saludándola con unos
alegres ladridos y chocando con ella con tal fuerza que la había arrojado a las
tumultuosas aguas.
¡Estoy perdida!', había pensado Sara. ¡Tal como me había
advertido mi madre, moriré ahogada! Pero los hechos se habían sucedido con
demasiada rapidez no dándole tiempo a entretenerse en esas reflexiones. De
pronto la niña se había encontrado flotando asombrosa y maravillosamente en el
río boca arriba, contemplando una de las vistas más espléndidas que jamás había
visto.
Había paseado por las orillas centenares de veces, pero
era una perspectiva distinta de cuanto había contemplado hasta esa fecha.
Deslizándose suavemente sobre ese increíble cojín de agua, Sara había
contemplado el cielo azul enmarcado por árboles de formas perfectas, ora
abundantes ora escasos, a veces gruesos a veces delgados, que presentaban un
sinfín de hermosas tonalidades verdes.
Sara no había reparado en que el agua estaba muy fría,
sino que se sentía como si flotara sobre una alfombra mágica, suave y
apaciblemente, a salvo.
Durante unos instantes le había parecido que oscurecía.
El río la había arrastrado hasta un frondoso bosquecillo, cuyas copas tapaban
casi por completo el cielo.
-¡Qué bien! ¡Qué árboles tan
fantásticos! -había exclamado Sara en voz alta.
Nunca había llegado a pie hasta ese lugar situado río
abajo. Eran unos árboles imponentes, frondosos, y algunas de sus ramas se
inclinaban hasta casi rozar el río.
En estas vio una rama larga y sólida que parecía
inclinarse amistosamente sobre el río como ofreciéndole una mano.
-Gracias, árbol -había dicho Sara
dulcemente, ganando la orilla con ayuda de la rama-o Un gesto muy amable por tu
parte.
La niña se había detenido en la ribera, aturdida pero
eufórica, mientras trataba de orientarse.
-¡Córcholis! -exclamó Sara al divisar
el enorme granero rojo de los Peterson.
Casi no daba crédito a sus ojos. Tenía la impresión de
haber atravesado en un par de minutos casi diez kilómetros de campos y
pastizales llevada por el río. Pero no le había importado recorrer a pie esa
distancia para regresar a su casa. Embargada por una deliciosa euforia, Sara
emprendió el camino de vuelta a casa dando saltos de alegría.
Tan pronto como había conseguido quitarse sus ropas manchadas,
las había metido en la lavadora y se había apresurado a llenar la bañera de
agua caliente. No vale la pena dar a mamá otro quebradero de cabeza, había
pensado. Eso no la tranquilizará.
Sara se había sumergido en el agua caliente, sonriendo,
mientras se lavaba para desprenderse del cúmulo de hojas, tierra e insectos de
río que tenía adheridos a su pelo castaño y rizado, convencida de que su madre
estaba equivocada.
Sara sabía que no se ahogaría nunca.
CAPÍTULO CINCO
-¡Espérame, Sara!
Sara se detuvo en el cruce y esperó a que su hermanito
echara a correr hacia ella a toda velocidad.
-¡Ven a verlo, Sara, es increíble!
Seguro, pensó la niña, recordando el último objeto
«increíble» que Jasón le había mostrado. Era una rata de granero que Jasón
había capturado con la trampa que él mismo había confeccionado. «La última vez que miré estaba viva»,
según había asegurado a su hermana. En dos ocasiones Jason había pillado a Sara
desprevenida y había conseguido que mirara dentro de su cartera del colegio,
donde la niña había hallado un inocente pajarillo o ratón que había caído
fulminado por Jasón y sus roñosos compinches, eufóricos e impacientes por
utilizar las nuevas carabinas de aire comprimido que les habían regalado en
Navidad.
(¿Qué les pasa a los chicos?, se preguntó Sara,
aguardando mientras Jason, cansado, aminoraba el paso al ver que su hermana se
había detenido para esperarle.
(¿Cómo es posible que disfruten lastimando a unos
animalitos indefensos? Me gustaría verles caer a ellos en una trampa. No creo
que disfrutaran tanto, pensó. Antes, las travesuras de Jason eran menos
macabras y a veces incluso divertidas, pero se ha vuelto muy cruel.
Sara aguardó en medio de la tranquila carretera rural a
que Jason la alcanzara.
Reprimió una sonrisa al recordar otra ingeniosa trastada
que había cometido Jason, consistente en apoyar la cabeza sobre el pupitre,
ocultando unos relucientes vómitos de consistencia gomosa, para luego alzar la
cabeza y mostrar su repugnante «premio» cuando la maestra se había detenido junto
a él. La señora Jonson
había salido corriendo de la clase en busca del conserje para que limpiara la
porquería, pero al regresar Jason le había explicado que lo había limpiando él
mismo. La señora Jonson
se había sentido tan aliviada que no le había hecho ninguna pregunta. La buena
mujer había dado permiso a Jason para marcharse a casa.
A Sara le asombraba la credulidad de la señora Jonson, que
ni siquiera se había extrañado de que los vómitos, que presentaban un aspecto
fluido y viscoso, formaran un curioso charquito sobre un pupitre decididamente
inclinado. Claro que la señora Jonson no estaba tan acostumbrada a las
trastadas de Jason como Sara, y ésta reconocía que su hermano había logrado
engañada más de una vez, en los tiempos en que ella era más ingenua, pero ya no
lo conseguía. A estas alturas Sara conocía bien a Jason.
-¡Sara! -gritó Jason, excitado y
resoplando.
-No hace falta que grites -respondió
Sara retrocediendo- Estoy a medio metro de ti.
-Lo siento. -Jason tragó saliva al
tiempo que trataba de recobrar el resuello-¡Tienes que venir! ¡Ha vuelto
Salomón!
-¿Quién es Salomón? -preguntó Sara,
arrepintiéndose en el acto de haberlo preguntado. No quería demostrar ningún
interés en el asunto que Jason se llevaba entre manos.
-¡Pues Salomón! ¡Ya conoces a Salomón!
¡Ese enorme pájaro que hay en el
Sendero de Thacker!
-No he oído hablar de ningún pájaro
gigantesco en el Sendero de Thacker replicó Sara, fingiendo indiferencia- No me
interesan tus estúpidos pájaros, Jason.
-¡No es un estúpido pájaro, Sara, es
gigantesco!
Tienes que venir a verlo. Billy dice
que es más grande que el coche de su padre.
¡Anda, Sara, ven a verlo! -Es
imposible que un pájaro sea más grande que un coche, Jason.
-¡Te aseguro que lo es! ¡Pregúntaselo
al padre de Billy! Dijo que un día, al volver a casa en coche, vio una sombra
tan grande que pensó que era un avión que pasaba sobre él. Cubría todo el
coche. ¡Pero no era un avión, Sara, era Salomón!
Sara reconoció que el entusiasmo de Jason por Salomón
empezaba a irritada.
-Iré a vedo otro día, Jason. Tengo que
volver a casa.
-¡Ven a vedo, Sara, por favor! Puede
que otro día Salomón no esté allí. ¡Tienes que venir ahora!
La insistencia de Jason empezaba a preocupar a Sara. No
solía mostrarse tan insistente. Por lo general, cuando intuía que Sara no
estaba dispuesta a dar su brazo a torcer, se rendía confiando en pillar a su
hermana desprevenida en otra ocasión. Sabía por experiencia que cuanto más le
insistiera a Sara en que hiciera algo que no quería, más firme se mantenía ella
en sus trece. Pero en esta ocasión era distinto. Jason demostraba un interés
que Sara no había observado antes en él, de modo que, ante la sorpresa y
alegría de Jason, ésta accedió a sus ruegos.
-De acuerdo, Jason. ¿Dónde está ese
gigantesco pájaro?
-Se llama Salomón.
-¿Cómo sabes su nombre?
-Se lo ha puesto el padre de Billy.
Dice que es un búho. Y que los búhos son sabios. De modo que le pega llamarse
Salomón.
Sara se esforzó en seguir a Jason, que caminaba
apresuradamente. Está muy excitado con ese búho, pensó. Qué raro. -Debe de
andar por aquí -- dijo Jason-. Vive en este lugar.
A Sara le hacía gracia la seguridad que derrochaba Jason,
aunque sabía que las más de las veces su hermano no tenía repajolera idea de lo
que estaba hablando. Pero ella solía seguirle el juego, fingiendo no haberse percatado.
Era más sencillo.
Miraron entre los árboles despojados de sus hojas y
cubiertos de nieve.
Caminaron junto a una desvencijada valla, siguiendo un
pequeño sendero en la nieve trazado por un perro que al parecer lo había
recorrido poco antes que ellos...
Sara no caminaba casi nunca por ese sendero en invierno.
Quedaba lejos del camino que solía recorrer de regreso a su casa después de
clase. No obstante, en verano Sara pasaba muchos ratos agradables en ese lugar.
La niña siguió avanzando, observando todos los rincones que le resultaban
familiares, alegrándose de recorrer de nuevo su sendero. Lo mejor de este
sendero, pensó Sara, es que suele estar desierto. No pasan coches, ni
vecinos... Es un sendero muy tranquilo. Debería de venir por aquí más a menudo.
-¡Salomón! -gritó Jason. Sara se
sobresaltó, pues no esperaba oírle gritar.
-No le llames a gritos, Jason. Si
Salomón está aquí y te oye dar estas voces, se esfumará.
-Seguro que está aquí. Ya te he dicho
que vive en este lugar. Si se hubiera marchado, le habríamos visto. ¡Es enorme,
Sara, de veras!
Sara y Jason se adentraron en el bosquecillo, pasando por
debajo de una oxidada alambrada, un vestigio de la vieja y desvencijada valla.
Avanzaron lentamente, tentando el camino, pues no sabían 10 que podía estar
sepultado bajo la gruesa capa de nieve que les llegaba a las rodillas.
-Tengo frío, Jason.
-Ya falta poco, Sara. No te rindas
ahora, por favor.
Sara accedió a seguir adelante, más por curiosidad que
debido a la insistencia de Jason.
-De acuerdo, cinco minutos MÁS -gritó
Sara al hundirse hasta la cintura en una acequia que estaba oculta debajo de la
espesa nieve. La fría y mojada nieve se filtró a través del abrigo Y la blusa
de Sara, humedeciéndole la piel
¡Yo me vuelvo a casa, Jason!
Jason se sentía decepcionado de no haber dado con
Salomón, pero la irritación de Sara le compensaba de ese chasco. Pocas cosas le
complacían más que ver a su hermana furiosa. El chico soltó la carcajada al ver
a Sara quitarse la gélida y húmeda nieve de debajo de la ropa.
-¿Te parece divertido, Jason? ¡Seguro
que te has inventado la historia de Salomón para que me quedara empapada y
cogiera una rabieta!
No pudiendo evitar la risa, Jason echó a correr dejando
atrás a Sara. Por más que le divertía enfurecerla, sabía por experiencia que
era preferible guardar una distancia prudencial.
-No, Sara. Salomón existe. Ya lo
verás.
-¡Seguro! _replicó Sara.
Sara y la amistad eterna...
Pero por algún extraño motivo, sabía que Jason decía la
verdad.
CAPÍTULO SEIS
Sara no recordaba ningún momento en que le resultara
fácil concentrarse en lo que ocurría en clase. Hacía tiempo que había llegado a
la conclusión de que la escuela era un lugar muy aburrido. Pero aquel día, sin
excepción, fue el peor que Sara había tenido que soportar. No conseguía
concentrarse en lo que decía el maestro. No dejaba de pensar en el bosquecillo.
Cuando por fin sonó el timbre, Sara guardó la cartera en su taquilla y se
dirigió al bosque.
-Debo
de estar loca -murmuró para sí mientras se adentraba en el bosquecillo dejando
sus huellas profundamente impresas en la nieve-. Busco a un
estúpido búho que probablemente ni siquiera existe. Bueno, si no lo encuentro
enseguida, me marcho. No quiero que Jason sepa que he venido ni que siento
interés por esa ave.
Sara se detuvo y aguzó el oído. El silencio era tan denso
que hasta oía su propia respiración. No vio a ningún animal. Ni un ave ni una
ardilla. Nada. De no ser por las huellas que Jason, ella y el perro habían
dejado allí el día anterior, Sara habría pensado que era la única criatura viva
en el planeta.
Era un maravilloso día de invierno. El sol había lucido
con fuerza durante roda la tarde y la húmeda capa superior de la nieve relucía
al tiempo que se fundía lentamente. Todo resplandecía. Por lo general, un día
así hacía que Sara se sintiera animada. No había nada mejor que pasear sola,
absorta en sus pensamientos, en un día tan hermoso como éste. Pero estaba
enfadada. Había confiado en dar fácilmente con Salomón. La perspectiva de ir al
bosquecillo y encontrar a esa misteriosa ave había despertado su interés, pero
en esos momentos, al encontrarse sola ahí, sumergida hasta las rodillas en la
nieve, Sara se sintió ridícula.
-¿Pero
dónde se habrá metido ese búho? ¡Qué más da! ¡Me voy a casa!
Decepcionada, Sara se detuvo en medio del bosquecillo
sintiéndose rabiosa, agobiada y un tanto confundida. De pronto, cuando empezó a
retroceder sobre sus pasos para salir del bosquecillo por el mismo lugar por el
que había entrado, se paró en seco pensando en que quizá llegaría antes a su
casa si atravesaba el prado y enfilaba por el atajo, como solía hacer durante
los meses estivales. Seguro que el río ya se habrá congelado. Quizá pueda
atravesarlo por un lugar donde se estrecha, pensó pasando por debajo de la
rudimentaria alambrada.
A Sara le chocó comprobar lo desorientada que se sentía
en invierno en ese lugar. Había cruzado ese prado centenares de veces. Era el
prado al que su tío llevaba a pacer a su caballo durante los meses estivales.
Pero todo tenía un aspecto muy distinto, pues los puntos de referencia que
utilizaba Sara estaban sepultados debajo de la nieve.
En ese lugar el río estaba completamente helado y
cubierto por una capa de nieve de varios centímetros de espesor. Sara se detuvo,
tratando de recordar dónde se hallaba el punto más estrecho del río. De pronto
sintió que el hielo cedía bajo ella y antes de que pudiera reaccionar, cayó de
espaldas sobre la precaria capa de hielo y la gélida agua del río empapó
rápidamente sus ropas. Sara recordó el maravilloso viaje que había realizado hacía
un tiempo, flotando boca arriba en el río, y durante unos instantes sintió
pánico al imaginar que pudiera repetirse la experiencia, pero en esta ocasión
las heladas aguas la transportarían río abajo, hacia una muerte segura.
¿Has olvidado que no puedes ahogarte?,
preguntó una amable voz procedente de un lugar situado sobre la cabeza de Sara.
-¿Quién eres? -inquirió Sara mirando a
su alrededor, escudriñando los desnudos árboles y achicando los ojos para
protegerse del resplandor del sol que se reflejaba sobre el nevado terreno
circundante. Quienquiera que seas, ¿por qué no me ayudas a salir de aquí?,
pensó postrada sobre el hielo que empezaba a resquebrajarse, temiendo que el menor
movimiento hiciera que éste cediera bajo su peso.
El hielo te sostendrá. Colócate boca abajo. Incorpórate
sobre las rodillas y arrástrate hasta aquí, dijo su misterioso amigo.
Sin alzar la vista, Sara se colocó boca abajo y se
incorporó lentamente de rodillas. Luego, con cautela, empezó a arrastrarse
hacia el lugar del que provenía la voz.
Sara no tenía ganas de conversar. No era el momento
oportuno. Estaba empapada, aterida de frío y rabiosa consigo misma por haber
cometido tamaña estupidez. Lo único que le preocupaba, en esos momentos, era
llegar a casa y cambiarse de ropa antes de que alguien de su familia regresara
y la encontrara con la ropa chorreando.
-Tengo que irme -dijo Sara.
Entrecerrando los ojos para protegerse del sol miró hacia el punto donde creía
haber oído la voz.
Luego empezó a retroceder sobre sus pasos, tiritando y
furiosa por haber tomado la estúpida decisión de atravesar el río. De pronto
reparó en algo.
-¡Eh! ¿Cómo sabes que no puedo
ahogarme? Pero nadie respondió a su pregunta.
-¿Dónde te has metido? ¡Eh, tú! ¿Dónde
estás?
-gritó Sara.
En éstas, el ave más gigantesca que jamás había visito
alzó el vuelo desde la copa de un árbol, elevándose por el aire, describió un
círculo sobre el bosquecillo y el prado y desapareció en dirección del sol.
Sara se quedó estupefacta, mirando hacia el cielo con los
párpados entornados para evitar que la deslumbrara el sol. ¡Salomón!
CAPÍTULO SIETE
Sara despertó a la mañana siguiente y, como de costumbre,
se arrebujó debajo las mantas, resistiéndose a enfrentarse a un nuevo día. De
improviso se acordó de Salomón.
Salomón, pensó, ¿te
he visto o te he soñado?
Pero entonces, al despabilarse, recordó haber regresado
al bosquecillo, después de clase, en busca de Salomón, y cómo el hielo cedió
bajo su peso. No, Salomón, no eres un sueño. Jason tenía razón. Eres real.
Sara hizo una mueca al recordar a Jason y Billy gritando
mientras se adentraban en el bosquecillo en busca de Salomón. De pronto comenzó
a embargarle el nerviosismo que experimentaba cada vez que pensaba en Jason
inmiscuyéndose en su vida, agobiándola. No le diré nada a Jason, ni a nadie,
que he visto a Salomón. Es mi secreto.
Sara se esforzó durante todo el día en prestar atención a
sus maestros. No cesaba de pensar en el resplandeciente bosquecillo y el ave
gigantesca y mágica.
(¿Es cierto que
me habló Salomón?, se preguntó ¿O son imaginaciones mías? Quizás estaba aturdida debido a la
caída.
Quizás estaba
inconsciente y lo soñé. (¿Ocurrió realmente?
Sara estaba impaciente por regresar de nuevo al bosquecillo,
para comprobar si Salomón existía realmente.
Cuando por fin sonó el último timbre, Sara se detuvo
junto a su taquilla para dejar en ella sus libros y la cartera. Era el
segundo día que Sara no transportaba todos sus libros a casa. Había descubierto
que el hecho de ir cargada de libros la protegía de sus entrometidos colegas.
Los libros constituían una barrera que impedía que sus pelmazos, frívolos y
bromistas compañeros se acercaran a ella. Pero Sara no quería que nada
entorpeciera hoy su camino. Salió por la puerta principal de la escuela como
una exhalación y se dirigió al Sendero de Thacker.
Cuando dejó la calzada y enfiló por el Sendero de
Thacker, vio a un gigantesco búho posado sobre un poste de la cerca, a la vista
de cualquiera. Daba casi la sensación de que la estaba esperando. A Sara le
sorprendió encontrar tan fácilmente a Salomón.
Había pasado mucho tiempo buscando a ese escurridizo y
misterioso búho y ahora se topaba con él, posado tranquilamente sobre la cerca,
como si hubiera estado siempre allí.
Sara no sabía cómo abordar a Salomón. ¿Qué debo hacer?, se preguntó. Me parece raro acercarme a ese gigantesco
búho y decir/e: «Hola, (¿Cómo estás? »
Hola, ¿cómo estás?, preguntó el
gigantesco búho a Sara.
Sara retrocedió de un salto. Salomón se echó a reír a
carcajadas.
No
pretendía asustarte, Sara. ¿Cómo estás?
-Muy bien, gracias. Es que no estoy
acostumbrada a hablar con búhos.
Es una lástima, respondió Salomón. Algunos de mis mejores
amigos son búhos.
Sara se echó a
reír.
-Qué gracioso eres, Salomón.
Salomón, hummm..., contestó el búho. Es un bonito nombre
Salomón. Sí, creo que me gusta.
Sara se sonrojó avergonzada. Había olvidado que nadie les
había presentado.
Jason le había dicho que el búho se llamaba Salomón. Pero
había sido el padre de Billy quien había elegido ese nombre.
-Lo
siento -dijo Sara-o Debí preguntarte tu nombre.
Bueno, la verdad es que nunca había pensado en ello,
respondió el búho. Pero Salomón es un bonito nombre.
Me
gusta. -¿No habías pensado nunca en eso? ¿O sea que no tienes nombre?
Pues
no, contestó el búho.
Sara no daba crédito a lo que oía.
-¿Cómo es posible que no tengas un
nombre?
Verás, Sara,
sólo las personas necesitan poner una etiqueta a las cosas. Nosotros ya sabemos
quiénes somos, de modo que no damos importancia a las etiquetas. Pero me gusta
el nombre de Salomón. Y puesto que estás acostumbrada a llamar a los demás por
su nombre, me parece bien que me llames así. Sí, me gusta el nombre de Salomón.
De ahora en adelante me llamaré Salomón.
Salomón parecía tan contento con su nuevo nombre que Sara
dejó de sentirse turbada. Al margen de su nombre, era muy agradable charlar con
ese búho.
-¿Crees que debo hablar a otras
personas sobre ti, Salomón?
Tal vez. Pero a su debido tiempo.
-¿Entonces piensas que de momento debo guardarlo en
secreto?
Es preferible que lo hagas durante un tiempo. Hasta que
se te ocurra lo que debes decir.
-Claro.
Quedaría un tanto chocante que dijera a los demás: «Tengo un amigo búho que me
habla sin mover los labios».
Permíteme señalar que los búhos no tenemos labios, Sara. Sara
se echó a reír.
Qué búho tan divertido.
-Ya
sabes a qué me refiero, Salomón. ¿Cómo puedes hablar sin utilizar la boca?
¿Y cómo es que
no he oído nunca a nadie de por aquí hablar sobre ti o hablar contigo?
Nadie de por aquí me ha oído nunca. Lo que oyes no es el
sonido de mi voz,
Sara. Recibes mis pensamientos.
-No
lo entiendo. ¡Puedo oírte!
Te parece que me oyes, y es cierto, pero no me oyes con
los oídos. No como oyes otras cosas.
En éstas se levantó una ráfaga helada y Sara se ajustó la
bufanda alrededor del cuello y se encasquetó el gorro de punto hasta las
orejas.
Está a punto de oscurecer, Sara. Seguiremos charlando
mañana. Piensa en lo que hemos comentado. Esta noche, cuando sueñes, observarás
que puedes ver. Aunque tengas los ojos cerrados, verás tus sueños. De modo que
si no necesitas los ojos para ver, tampoco necesitas los oídos para oír.
Y antes de que Sara tuviera tiempo de objetar que los
sueños son distintos de la realidad, Salomón dijo: Adiós, Sara. Qué día tan
espléndido, ¿verdad? Tras estas palabras el búho alzó el vuelo y, agitando sus
poderosas alas, se elevó sobre el bosquecillo, la cerca y su diminuta amiga.
« ¡Eres gigantesco, Salomón.!», pensó Sara. La
niña recordó las palabras de Jason: « ¡Es gigantesco, Sara, ven a verlo!»
Cuando Sara emprendió el camino a casa a través de la
nieve, recordó que Jason prácticamente la había conducido casi a rastras hasta
el bosquecillo, andando tan rápidamente debido a su impaciencia que a Sara le
había costado seguirle. Qué extraño, pensó Sara, Jason tenía mucho interés en
que yo viera a este gigantesco búho y ahora, desde hace tres días, no ha vuelto
a decir una palabra sobre el tema. Me choca que él y Billy no hayan venido aquí
cada día en busca de Salomón. Parece como si se hubieran olvidado de él. Tengo
que acordarme de preguntar mañana a Salomón lo que opina sobre esto.
Durante los próximos días Sara se decía a menudo: «Tengo
que preguntar a Salomón lo que opina sobre esto». Solía llevar siempre un
pequeño cuaderno en el bolsillo, en el que tomaba nota de los temas que quería
comentar con él.
A Sara le parecía que no tenía tiempo suficiente para
hablar con Salomón de todas las cosas que le quería decir. El breve espacio de
tiempo entre la salida de la escuela y la hora en que debía regresar a casa,
para hacer sus tareas antes de que su madre regresara del trabajo, consistía en
poco más de treinta minutos.
No es justo, pensó Sara. Me paso el día con esos
aburridos maestros, que no son ni una décima parte tan inteligentes como
Salomón, y una escasa media hora con el maestro más inteligente que jamás he
tenido. Hummm, un maestro... Tengo un maestro que es un búho. Al pensar en ello
Sara soltó una carcajada.
-Tengo
que preguntar a Salomón qué opina de eso.
CAPÍTULO OCHO
-¿Eres
un maestro, Salomón?
Desde luego, Sara.
-Pero no hablas de las cosas sobre las que los verdaderos
maestros, disculpa, los otros maestros, hablan. Me refiero a que hablas sobre
cosas que me interesan. Unas cosas muy interesantes.
En realidad, Sara, sólo hablo sobre las cosas de las que
tú hablas. Sólo te ofrezco información que puede serte útil cuando me haces una
pregunta. Todas las respuestas que se ofrecen sin que nadie haya hecho una
pregunta al respecto son una pérdida de tiempo. Ni el alumno ni el maestro se
divierten con ellas.
Sara pensó en lo que acababa de decide Salomón, y reparó
en que a menos que ella le preguntara algo concreto, el búho apenas decía nada.
-Espera un momento, Salomón. Recuerdo
que me dijiste algo sin que yo te preguntara nada.
¿Qué dije, Sara?
-Dijiste: « ¿Has olvidado que no
puedes ahogarte?» Fue lo primero que me dijiste, Salomón. Yo no te dije una
palabra. Estaba tumbada sobre el hielo, pero no te hice ninguna pregunta.
Eso indica que Salomón no es el único aquí que habla sin
mover los labios.
-¿A qué te refieres?
Formulaste una pregunta, Sara, aunque no con palabras.
Las preguntas no sólo pueden formularse con palabras.
-Eso es muy raro, Salomón. ¿Cómo
puedes formular una pregunta sin palabras?
Pensando la pregunta. Muchos seres y criaturas se comunican a
través del pensamiento. Lo cierto es que se comunican con más frecuencia de ese
modo que con palabras. Las personas son las únicas que utilizan palabras. Pero
incluso ellas se comunican en muchos casos a través del pensamiento en lugar de
hacerlo con palabras.
Piensa en ello.
Como ves, Sara, soy un maestro viejo y requetesabio que
hace muchísimo tiempo comprobó que ofrecer a un alumno una información que éste
no ha solicitado es una Pérdida de tiempo.
Sara se rió del exagerado énfasis que Salomón dio a las
palabras «requetesabio» y «muchíííísimo». Me encanta este búho loco, pensó. Tú
también me encantas, Sara, respondió Salomón. Sara se sonrojó; había olvidado
que Salomón podía oír sus pensamientos. De pronto, sin decir más, Salomón alzó
vuelo agitando sus potentes alas y desapareció de la vista de Sara.
CAPÍTULO NUEVE
-Me gustaría volar como tú, Salomón.
¿Por qué, Sara? ¿Por qué te gustaría
volar?
-Es aburrido caminar siempre. Vas muy
despacio.
Tardas mucho en ir de un sitio a otro y apenas ves nada.
Sólo ves las cosas que están en el suelo. Cosas aburridas.
No has respondido a mi pregunta, Sara.
-Sí
que la he respondido, Salomón. Quiero volar porque...
Porque no te gusta caminar, porque te parece aburrido. En
realidad, Sara, no me has dicho por qué quieres volar. Me has dicho por qué no
quieres no volar.
-¿Acaso no es lo mismo?
Claro
que no, Sara. Hay una gran diferencia. Inténtalo de nuevo.
Un tanto sorprendida por el empeño de Salomón en buscarle
tres pies al gato, Sara empezó de nuevo.
-Muy bien. Quiero volar porque andar
por el suelo no es divertido y porque tardas mucho en ir de un sintió a otro.
¡Ay, Sara! ¿Ves como sigues hablando
de lo que no deseas y el motivo de que no lo desees? Vuelve a intentarlo.
-De acuerdo. Quiero volar porque... No
lo entiendo, Salomón. ¿Qué quieres que diga?
Quiero que me digas lo que deseas, Sara.
-¡QUIERO VOLAR! -gritó Sara, enojada
por la incapacidad de Salomón de comprenderla.
Bien, Sara. Ahora dime por qué quieres volar. ¿Qué
imaginas que significa volar? ¿Cómo te sentirías? Explícamelo para que lo
comprenda, Sara. Descríbeme lo que se siente al volar. No quiero que me digas
lo que sientes ahí abajo, en tierra, ni lo que significa no volar. Quiero que
me digas lo que se siente al volar.
Sara cerró los ojos, captando lo que quería decir
Salomón, y respondió:
-Volar
es sentirse libre, Salomón. Es como flotar, pero más rápido.
¿Y
qué verías si volaras?
-Vería todo el pueblo a mis pies.
Vería la calle Mayor,
los coches circulando y las personas caminando. Vería el río. Vería mi escuela.
¿Qué
se siente al volar, Sara?
Descríbeme la
sensación. Sara se detuvo con los ojos cerrados, fingiendo
que volaba sobre su pueblo.
-¡Sería divertidísimo, Salomón! Volar
debe de ser muy divertido. Surcaría el aire a la velocidad del viento. Me
sentiría libre. ¡Me sentiría de fábula!
-prosiguió Sara, absorta en la visión que imaginaba.
De pronto, experimentando la misma sensación de poder que
había intuido en las alas de Salomón cuando le veía alzar el vuelo desde la
cerca día tras día, la niña sintió un potente impulso que la elevó por el aire
a una velocidad que la dejó sin aliento.
Durante unos momentos tuvo la sensación de que su cuerpo
pesaba una tonelada, e inmediatamente después como si fuera ingrávido. Y luego
se puso a volar.
-¡Mírame, Salomón!
-exclamó Sara entusiasmada-o ¡Estoy
volando! Salomón volaba junto a ella y ambos surcaron el aire sobre el pueblo
de Sara. El pueblo en el que había nacido. El pueblo que conocía palmo a palmo.
¡El pueblo que en esos momentos descubría desde una perspectiva que jamás había
imaginado!
-¡Qué bien! ¡Esto es genial, Salomón!
¡Me encanta volar!
Salomón sonrió de gozo ante el extraordinario entusiasmo
que demostraba Sara.
-¿Adónde vamos, Salomón? Puedes ir
adonde desees.
-¡Esto es supergenial! -gritó Sara,
observando su pequeño y apacible pueblo.
Jamás le había parecido tan hermoso.
La niña había contemplado su pueblo desde el aire en
cierta ocasión, cuando su tío la había llevado a ella y a su familia a dar un
paseo en su avioneta. Pero apenas había visto nada. Las ventanas de la avioneta
estaban muy altas y cada vez que se había puesto de rodillas para acercar la
cara a la ventana y mirar por ella, su padre le había obligado a sentarse y
abrocharse el cinturón de seguridad. De modo que Sara no se había divertido
mucho aquel día.
Pero esto es muy distinto... Lo veía todo. Las calles y
los edificios de su pueblo.
Veía los pequeños comercios dispuestos a lo largo de la calle Mayor: Hoyt's
Store, la tienda de ultramarinos, Pete's Drugstore, donde vendían comestibles,
periódicos y medicamentos, la oficina de Correos... Veía su hermoso río
serpenteando a través del pueblo.
Unos cuantos coches circulaban por las calles, y un
puñado de personas se desplazaban de un lado a otro...
-¡Ay, Salomón! -exclamó Sara
estupefacta-o ¡Esto es lo mejor que me ha pasado en la vida! Vayamos a mi
escuela. Te enseñaré dónde me paso el de. -La voz de la niña se disipó mientras
se dirigía volando hacia su escuela.
-¡Qué aspecto tan distinto tiene la
escuela desde el aire! -comentó Sara, asombrada de lo enorme que parecía. Daba
la impresión que el tejado se prolongaba hasta el infinito-
¡Qué bien! -exclamó-o ¿Podemos bajar para
acercamos, o tenemos que volar tan alto?
Puedes ir adonde desees, Sara.
Tras emitir otro grito de gozo, Sara descendió para
sobrevolar el patio de recreo y pasar lentamente frente a la ventana de su
clase.
-¡Esto es genial! ¡Mira, Salomón!
¡Puedo ver mi pupitre, y ahí está el señor Jorgensen!
Sara y Salomón volaron de un extremo del pueblo hasta el
otro, efectuando a veces un vuelo rasante para elevarse de nuevo por el aire
hasta casi tocar las nubes.
-¡Mira, Salomón, ahí están Jason y
Billy! ¡Eh, Jason, mira cómo vuelo! –gritó Sara. Pero Jason no la oyó-. ¡Eh,
Jason! -gritó de nuevo Sara más fuerte-o ¡Mírame!
¡Estoy volando!
Jason no puede oírte, Sara.
-¿Por qué? Yo le oigo a él.
Es demasiado pronto para él. N o ha empezado a formular
preguntas. Pero ya lo hará. A su debido tiempo.
Entonces Sara comprendió, con mayor claridad, por qué
Jason y Billy no habían visto aún a Salomón.
-A ti tampoco pueden verte, ¿verdad
Salomón? Sara se alegraba de que Jason y Billy no pudieran ver a Salomón. Si
pudieran vedo, serían un estorbo, pensó.
Sara no recordaba haber disfrutado tanto en su vida.
Volaba tan alto que los coches que circulaban por la calle Mayor parecían hormiguitas.
Luego, sin el menor esfuerzo, descendió en picado hasta casi rozar el suelo,
chillando de gozo y asombrada de la velocidad con la que surcaba el aire. Se deslizó
sobre el río con la cara tan próxima a la superficie del agua que percibió el
dulce olor a musgo, pasó por debajo del puente de la calle Mayor y salió
por el otro lado.
Salomón volaba junto a ella, como si ambos hubieran
practicado este vuelo centenares de veces.
Volaron durante horas, hasta que, con el mismo poderoso
impulso que la había elevado por el aire, Sara descendió para regresar a su
cuerpo y a tierra.
La niña estaba tan excitada que apenas podía recobrar el
resuello. Había sido la experiencia más fabulosa de su vida.
-¡Ha sido increíble, Salomón! -gritó
Sara. Tenía la sensación de que había volado durante horas.
-¿Qué hora es? -preguntó mirando de
pronto su reloj, convencida de que iba a tener problemas por volver tarde a su
casa, pero el reloj indicaba que sólo habían transcurrido unos segundos.
-Tu vida es muy rara, Salomón. Nada es
lo que parece.
¿A qué te refieres, Sara?
-Pues que hemos volado por todo el
pueblo sin que haya pasado el tiempo. ¿No te parece raro? Y el hecho de que yo
pueda verte, y hablar contigo, mientras que Jason y Billy no pueden verte ni
hablar contigo. ¿Eso tampoco te parece raro?
Si ellos lo desearan con la suficiente fuerza, podrían
verme y hablar conmigo, o si yo lo deseara con la suficiente fuerza, podría
influir en sus deseos.
-¿Qué quieres decir?
Fue el entusiasmo de Jason y Billy por algo que en
realidad no habían visto lo que te condujo a mi bosquecillo. Ellos fueron un
eslabón muy importante en la cadena de sucesos que desemboco en nuestro
encuentro.
-Supongo que tienes razón -respondió
Sara, negándose a reconocer que su hermano había sido el artífice de esta
extraordinaria experiencia. Prefería pensar que era un chinchoso y no el
elemento clave de esta maravillosa aventura que ella había vivido.
Eso requería un esfuerzo de imaginación que Sara no
estaba dispuesta a hacer.
Bien, Sara, explícame lo que has aprendido hoy, dijo
Salomón sonriendo.
-¿Que puedo volar por todo el pueblo sin que pase el tiempo? -contestó
Sara con tono inquisitivo, preguntándose si eso era lo que Salomón deseaba
oír-o ¿Qué Jason y Billy no pueden oírme ni verme cuando vuelo, porque son
demasiado jóvenes o no están preparados? ¿Que ahí arriba, cuando vuelas, no
sientes frío?
Todo eso está muy bien, Sara, y lo comentaremos más adelante,
¿pero no has observado que mientras hablabas sobre lo que no deseabas, no
conseguías lo que deseabas? En cambio, cuando empezaste a hablar sobre lo que
sí deseabas -lo que es más importante, cuando empezaste a sentir lo que
deseabas- ¿lo conseguiste al instante?
Sara guardó silencio mientras trataba de recordar lo que
había dicho con anterioridad. Pero no era fácil pensar en lo que había
considerado o sentido antes de volar. Prefería reflexionar sobre su experiencia
voladora.
Piensa en ello con frecuencia, Sara, y practícalo tantas
veces como puedas.
-¿Quieres
que practique volar? ¡De acuerdo!
No sólo volar, Sara. Quiero que practiques pensar en lo
que deseas y por qué lo deseas, hasta que logres sentirlo. Esto es lo más
importante que aprenderás de mí, Sara.
Diviértete con esto.
Tras estas palabras, Salomón alzó el vuelo y se alejó.
¡Éste es el mejor día de mi vida!, pensó Sara. ¡Hoy he aprendido a volar!
CAPÍTULO DIEZ
-¡Eh, bebé! ¿Te sigues haciendo pis en
la cama? Sara les observó enojada mientras se burlaban de Donald. Como su
timidez le impedía intervenir, trató de desviar la vista para no percatarse de
lo que ocurría. –Se creen muy listos -murmuró en voz baja-o Son crueles.
Unos «listillos» de su clase, unos bravucones que siempre
andaban en pandilla, se estaban burlando de Donald, un chico nuevo que se había
incorporado a la clase hacía un par de días. Su familia se había mudado al
pueblo hacía poco y habían alquilado la destartalada casa situada en la esquina
de la calle en la que vivía Sara. La casa había estado desocupada durante meses
y la madre de Sara se alegraba de la llegada de los nuevos inquilinos. Sara
había observado cómo descargaban sus enseres de una vieja furgoneta,
preguntándose si aquellos escasos y desvencijados muebles era cuanto poseían.
Bastante duro es mudarse a un nuevo pueblo en el que no
conoces a nadie, sin tener que soportar que unos bravucones de pacotilla se
metan continuamente contigo.
Mientras observaba en el pasillo cómo Lynn y Tommy se
burlaban de Donald, a Sara se le llenaron los ojos de lágrimas. Recordó las
risotadas que habían estallado ayer en clase, cuando el maestro había pedido a
Donald que se pusiera de pie para presentarlo a sus nuevos compañeros y éste se
había levantado sosteniendo una cajita para lápices de plástico color rojo
vivo. Sara reconocía que había sido una torpeza más propia de los niños de la
edad de su hermanito, pero no era motivo para que le humillaran de esa forma.
Sara comprendió que aquél había sido el momento decisivo
para Donald. Si éste hubiera resuelto la situación de otro modo, permaneciendo
de pie, echándole valor al asunto y sonriendo, sin importarle lo que aquellos
impresentables opinaran sobre él, las cosas quizá se habrían desarrollado de
otra manera. Pero no había sido así. Donald, avergonzado y aterrorizado, se
había hundido en la silla, mordiéndose el labio. El maestro había reprendido a
la clase, pero no había servido de nada. A los niños les tenía sin cuidado lo
que el seño Jorgensen opinara de ellos, pero a Donald le importaba mucho lo que
la clase opinara sobre él.
Ayer, al salir de clase, Sara había visto a Donald tirar
su cajita para lápices a la papelera que había junto a la puerta. Cuando Donald
se hubo marchado, Sara había rescatado el grotesco artilugio y lo había guardado
en su cartera.
Sara observó a Tommy y a Lynn avanzar por el pasillo. Les
oyó bajar estrepitosamente la
escalera. Vio a Donald frente a su taquilla, inmóvil,
contemplándolo como si ésta contuviera algo que pudiera solventar su situación,
o como si deseara meterse dentro de ella y evitar enfrentarse a lo que le
esperaba fuera. Sara sintió un nudo en el estómago. No sabía qué hacer, por más
que quería ayudar a Donald. Después de echar un vistazo por el pasillo, para
cerciorarse de que los bravucones se habían marchado, sacó la cajita roja de su
cartera y se apresuró hacia Donald, que estaba guardando sus libros en su
taquilla en un inútil intento de recobrar la compostura.
-Hola, Donald. Ayer te vi tirar esto a
la papelera -dijo Sara sin más preámbulos-o A mí me gusta. Creo que deberías
conservarlo.
-¡No lo quiero! -le espetó Donald.
Sorprendida, Sara retrocedió mientras trataba de recobrar
mentalmente el equilibrio.
-¡Si tanto te gusta, quédatelo tú! -le
gritó Donald.
Tras guardado apresuradamente en su cartera, confiando en
que nadie hubiera observado o escuchado esta desagradable conversación, Sara
salió corriendo al patio de la escuela y se fue a su casa.
¿Por qué me meto en lo que no me
importa?, se preguntó, enojada consigo misma. ¡A ver si escarmiento de una vez!
CAPÍTULO ONCE
-¿Por qué todas las personas son tan
malas, Salomón? -preguntó Sara con tristeza.
¿Todas las personas son malas, Sara?
No me había dado cuenta.
-Bueno, no todas, pero muchas sí. No
lo entiendo.
Cuando me comporto mal, me siento fatal. ¿Entonces por
qué lo haces, Sara?-Generalmente porque alguien se ha portado mal conmigo.
Supongo que lo hago para vengarme. ¿Y eso te sirve de algo?
-Sí -respondió Sara a la defensiva.
¿En qué sentido, Sara? ¿El hecho de
vengarte de alguien hace que te sientas mejor? ¿Acaso cambia la situación, o
elimina el daño causado?
-No, supongo que no.
En realidad, Sara, con eso sólo se consigue añadir más
maldad al mundo. Es como unirse a la cadena de dolor de esas personas. Se
sienten heridas, luego te sientes herida tú y contribuyes a que otra persona se
sienta herida, y así sucesivamente.
-¿Pero quién ha empezado esa cadena de
dolor? No importa dónde haya empezado, Sara. Lo importante es lo que tú hagas
con ella cuando llegue a ti. ¿A qué viene esto, Sara? ¿Qué te ha llevado a unirte
a esta cadena de dolor?
Profundamente afligida, Sara habló a Salomón sobre el nuevo
alumno, Donald, y lo que le había ocurrido en su primer día de clase. Le habló
de los bravucones que nunca se cansaban de meterse con Donald. Contó a Salomón
el preocupante episodio que había ocurrido en el pasillo de la escuela. Y mientras
revivía esos incidentes, describiéndoselos a Salomón,
Sara sintió que la embargaba de nuevo una mezcla de dolor
y rabia. Una lágrima le rodó por la mejilla, que se enjugó rápidamente con el
dorso de la mano, irritada de que en lugar de mantener una agradable charla con
Salomón, como solía hacer, estuviera gimoteando y balbuciendo.
Ésta no era forma de comportarse con Salomón.
Salomón guardó silencio durante unos momentos mientras en
la cabeza de Sara bullían unos pensamientos dispersos e inconexos. Notó que
Salomón la observaba con sus grandes y amables ojos, pero no se sintió turbada.
Era como si Salomón la indujera a desahogarse.
Al menos sé lo que no quiero, pensó Sara. No quiero
sentirme así. Y menos cuando hablo con Salomón.
Esto está muy bien, Sara. Acabas de dar, conscientemente,
el primer paso para poner fin a esa cadena de dolor. Has reconocido
conscientemente lo que no deseas.
-¿Yeso es bueno? -inquirió Sara-o A mí
no me lo parece.
Porque sólo has dado el primer paso, Sara. Tienes que dar
tres más.
-¿Cuál es el siguiente paso, Salomón?
No es difícil comprender lo que uno no desea. ¿Estás de
acuerdo con eso, Sara?
-Sí. Es decir, en la mayoría de los
casos lo sé. ¿Cómo sabes que piensas sobre lo que no deseas? -No sé, lo noto.
Lo sabes por la forma en que te sientes, Sara. Cuando
Piensas, o hablas, sobre lo que no deseas, siempre sientes una emoción
negativa. Sientes ira, decepción, vergüenza, remordimientos O temor. Cuando
Piensas en lo que no deseas siempre te sientes mal.
Sara reflexionó sobre los últimos días, durante los
cuales había experimentado una mayor carga de emociones negativas que de
costumbre.
-Tienes razón, Salomón -contestó-o
Esta semana, al ver cómo esos chicos se metían con el pobre Donald, he sentido
más emociones negativas. Estaba muy contenta de haberte conocido, Salomón, pero
luego me puse furiosa al ver cómo se burlaban de Donald. Ahora comprendo que la
forma en que me siento tiene que ver con lo que pienso.
Muy bien, Sara. Ahora hablemos del segundo paso. Cada vez
que te das cuenta de lo que no deseas, ¿te resulta fácil comprender lo que sí
deseas?
-Bueno... -Sara se detuvo, tratando de
descifrarlo, pero no lo tenía claro.
Cuando te sientes mal, ('qué es lo que deseas? -Sentirme
bien -respondió Sara sin titubeos. Cuando no tienes suficiente dinero para
comprarte algo que te apetece, ¿qué deseas?
-Tener más dinero -contestó Sara.
Éste es el segundo paso para romper la cadena de dolor.
El primer paso consiste en reconocer lo que no deseas. El segundo, comprender
lo que sí deseas.
-Es muy fácil -comentó Sara, que
empezaba a sentirse más animada.
El tercer paso es el más importante, Sara, aunque la
mayoría de las personas lo omiten. Consiste en lo siguiente: después de haber
identificado lo que deseas, tienes que sentir/o como si fuera real. Tienes que
hablar sobre por qué lo deseas, describir cómo te sentirías si lo consiguieras,
explicarlo, fingir que lo has conseguido o recordar alguna ocasión parecida...
Seguir pensando en ello hasta hallar un punto donde lo sientas.
Seguir hablando contigo misma sobre lo que deseas hasta
que te sientas bien.
Al escuchar a Salomón animándola a dedicar tiempo a
imaginar cosas, Sara no daba crédito a sus oídos. Más de una vez había tenido
serios problemas por ese motivo.
Salomón le decía justamente lo contrario de lo que le
decían sus maestros en la escuela.
Pero Sara confiaba en Salomón. y estaba más que dispuesta
a probar un nuevo sistema, ya que el de los otros era evidente que no
funcionaba.
-¿Por qué el tercer paso es el más
importante, Salomón? Porque hasta que no cambies de talante, no habrá cambiado
nada. Seguirás formando parte de la cadena de dolor. Pero cuando cambies de
talante, pasarás a formar parte de una cadena muy distinta. Te habrás unido a
la cadena de Salomón, por así decir.
-¿Cómo llamas a tu cadena, Salomón?
No la llamo de ninguna manera. Se trata de sentirla.
Pero tú puedes llamarla la cadena de la alegría, o la
cadena del bienestar. La cadena de sentirse bien. Es la cadena natural. Es
nuestra auténtica naturaleza.
-Si es tan natural, si es nuestra
auténtica naturaleza, ¿por qué la mayoría de nosotros casi nunca nos sentimos
bien?
Las personas desean sentirse bien, y la mayoría de las
personas desean, sinceramente, ser buenas. Yeso representa una parte importante
del problema.
-¿A qué te refieres? ¿Cómo es posible
que el hecho de querer ser bueno represente un problema?
Verás, Sara, las personas desean ser buenas, de modo que
miran a su alrededor, para ver cómo viven los demás, para comprender en qué
consiste la bondad Observan las circunstancias que les rodean, ven cosas que
les parecen buenas y otras que les parecen malas.
-¿Y eso es malo? No veo qué tiene de
malo.
He comprobado que, por lo general, mientras las personas
observan las circunstancias que les rodean, buenas y malas, no reparan en cómo
se sienten. Y ahí está el fallo. En lugar de reparar en cómo les afecta lo que
ven, en su búsqueda de la bondad, se empeñan en buscar lo malo y eliminarlo. El
problema, Sara, es que mientras se esfuerzan en eliminar lo malo, forman parte
de la cadena de dolor. A las personas les preocupa más observar, analizar y
comparar las circunstancias que reparar en cómo se sienten. Con frecuencia son
las circunstancias las que las arrastran a la cadena de dolor.
Piensa en lo ocurrido durante los últimos días, e intenta
recordar los sentimientos más intensos que has experimentado. ¿Qué ocurrió
cuando te sentiste mal esta semana, Sara?
-Me sentí fatal al ver cómo Tommy y
Lynn se burlaban de Donald. Me sentí fatal cuando los chicos se rieron de
Donald en clase, pero lo que me sentó peor fue que Donald se enfadara conmigo.
Sólo trataba de ayudarle, Salomón.
Muy bien, Sara. Hablemos de esto. Durante esos momentos
en que te sentiste fatal, ¿qué hacías?
-No lo sé, Salomón. En realidad no
hacía nada.
Observaba, nada más.
Exactamente, Sara. Observabas las circunstancias, pero
las circunstancias que elegiste observar te llevaron a formar parte de la
cadena de dolor.
-Pero Salomón -protestó Sara-, ¿cómo
puedo evitar ver algo malo y no sentirme mal al vedo?
Es una excelente pregunta, Sara, y te prometo que a su
debido tiempo la responderé. Sé que no es fácil comprender de golpe todo esto.
El motivo de que te cueste comprenderlo se debe, en primer lugar, a que las
personas estáis acostumbradas a observar las circunstancias, pero no a prestar
atención a vuestros sentimientos mientras las observáis, de modo que las
circunstancias controlan vuestras vidas. Si observáis algo bueno, reaccionáis
sintiéndoos bien, y si observáis algo malo, reaccionáis sintiéndoos mal. Cuando
las circunstancias controlan vuestras vidas, la mayoría de vosotros os sentís
frustrados, lo cual hace que muchas personas sigan formando parte de la cadena de
dolor.
-¿Cómo puedo evitar caer en la cadena
de dolor, para ayudar a otra persona a salir si cae en ella?
Hay muchas formas de conseguir/o, Sara. Pero mi sistema
favorito, el que funciona más rápido para todos, consiste en cultivar
pensamientos de aprecio.
-¿Aprecio?
Sí, Sara, concentrarse en algo, o alguien, y cultivar
unos pensamientos que te hagan sentirte maravillosamente. Apreciar tanto como puedas
esas personas u objetos. Es la mejor forma de unirse a la cadena de la alegría.
Recuerda, ¿el primer paso consiste en?
-Saber lo que no quiero -contestó
Sara, orgullosa de haber dado en el clavo.
¿Y el segundo paso?
-En saber lo que quiero.
Sara y la amistad eterna...
Muy bien, Sara. ¿El tercer paso consiste en...?
-Ay, Salomón, lo he olvidado -se lamentó
Sara, furiosa consigo misma por ser tan desmemoriada.
El tercer paso
consiste en hallar ese punto en el que sientes lo que deseas. Hablar sobre lo
que deseas hasta que sientas que lo has obtenido.
-No me has dicho en qué consiste el
cuarto paso, Salomón -le recordó Sara muy excitada.
El cuarto paso
es el mejor de todos. Sara. Consiste en conseguir lo que deseas.
El cuarto paso
es la manifestación física de tu deseo.
Diviértete con
esto, Sara. No te esfuerces demasiado en recordar todo lo que te he explicado.
Practica el aprecio. Ésa es la
clave. Ahora más vale que te vayas. Mañana seguiremos
charlando del tema.
Aprecio, pensó Sara. Trataré de pensar en lo que aprecio.
La primera imagen que acudió a su mente fue Jason, su
hermano menor. Jolín, que difícil es esto, pensó Sara mientras abandonaba el
bosquecillo de Salomón.
¡Empieza por algo sencillo!, le recomendó Salomón al
tiempo que alzaba el vuelo.
-Muy bien -respondió Sara riendo-o Te
quiero, Salomón, pensó.
Yo también te quiero, Sara. La niña oyó la voz de Salomón
con toda claridad, aunque éste se había alejado volando y no le veía.
CAPÍTULO DOCE
Algo sencillo, pensó Sara, quiero apreciar algo sencillo.
De pronto vio frente a ella al perro del vecino,
triscando sobre la nieve.
Brincaba, corría y se revolcaba en la nieve, feliz y
contento de estar vivo.
¡Eres un perro feliz, Brownie! Yo te aprecio, pensó Sara,
que se hallaba a unos doscientos metros del can. En éstas Brownie echó a correr
hacia Sara como si ésta fuera su ama y le hubiera llamado por su nombre.
Meneando alegremente el rabo, el gigantesco, sarnoso Y peludo can giró dos
veces alrededor de Sara y, apoyando las patas sobre sus hombros, la empujó
hasta derribada sobre un montón de nieve que había formado la máquina
quitanieves hacía unos días. Acto seguido le lamió la cara con su lengua cálida
y húmeda.
-Ya veo que tú también me quieres,
Brownie --dijo Sara, riéndose a carcajadas y sin fuerzas para levantarse.
Esa noche, acostada en su cama, Sara pensó en todo lo que
había ocurrido aquella semana. Es como si me hubiera montado en una montaña
rusa. En una sola semana, me he sentido mejor y peor que nunca. Disfruto de mis
charlas con Salomón, disfruté aprendiendo a volar, pero esta semana pillé
también una buena rabieta. i Todo esto es muy extraño!
Piensa en lo que aprecias. Sara hubiera jurado que había
oído la voz de Salomón en su cuarto.
-Es imposible -dijo-o Simplemente
recuerdo lo que me dijo Salomón.
Y con esto Sara se volvió de lado, para reflexionar.
Aprecio esta cama calentita, desde luego, pensó mientras
se arrebujaba bajo las mantas. Y mi almohada. Y también aprecio mi almohada
cómoda y mullida, pensó abrazando la almohada y sepultando la cara en ella.
Aprecio a mi madre ya mi padre. Y a Jason. ... y también a Jason.
No sé, pensó Sara, no consigo dar con ese punto en que
siento lo que deseo.
Quizás esté cansada. Mañana seguiré inatentándolo. Y tras
este último pensamiento consciente,
Sara se quedó
profundamente dormida.
-¡Estoy volando! ¡Estoy volando de
nuevo! -gritó Sara mientras surcaba el aire sobre su casa. Volar no es la
palabra adecuada para describir esta sensación, pensó. Es más bien como si
flotara. ¡Puedo dirigirme adonde quiera!
Sin el menor esfuerzo, identificando tan sólo el lugar al
que deseaba ir, Sara se desplazaba con toda facilidad a través del cielo,
deteniéndose de vez en cuando para observar algo en lo que no había reparado
antes, descendiendo en ocasiones hasta casi rozar el suelo para volver a
elevarse al cabo de unos instantes. ¡Volaba muy alto!
Comprobó que si deseaba descender, no tenía más que
extender un pie hacia tierra y descendía de inmediato. Y cuando quería volver a
subir, no tenía más que alzar la vista hacia el cielo y se elevaba al instante.
¡Quiero pasarme la vida volando! ,
pensó Sara.
A ver, se dijo, ¿adónde quiero ir ahora? Sara se deslizó
por el aire, sobrevolando su diminuto pueblo, contemplando las lucecitas que
parpadeaban aquí y allá al tiempo que una familia tras otra apagaba las luces
de su casa antes de irse a acostar. Había empezado a nevar ligeramente y Sara
se asombró de lo abrigada Y segura que se sentía mientras flotaba al aire libre
en plena noche, descalza Y cubierta tan sólo con un camisón de franela. No hace
nada de frío, observó.
Prácticamente todas las casas estaban oscuras y el único
resplandor que se veía era el de las farolas, colocadas espaciadamente, que
iluminaban las calles. Pero en el otro extremo del pueblo Sara vio que las
luces de una vivienda seguían encendidas. De modo que decidió dirigirse allí,
para ver quién era la persona que estaba aún despierta.
Seguramente es alguien que mañana no tiene que madrugar,
pensó mientras se aproximaba, extendiendo su pie izquierdo hacia abajo para
propiciar un descenso rápido y perfecto.
Sara aterrizó sobre la pequeña ventana
de la cocina, alegrándose de que las cortinas estuvieran descorridas y le
permitieran mirar dentro. Al hacerlo vio al señor Jorgensen, su maestro,
sentado a la mesa de la cocina, frente a un montón de papeles. El señor
Jorgensen cogía sistemáticamente un papel, lo leía con atención y luego tomaba otro,
y otro... Sara lo miró fascinada. El hombre parecía tomarse aquella tarea muy
en serio.
Sara empezó a sentirse un poco culpable por estar
espiando a su maestro.
Pero es la ventana de la cocina, pensó, no la de un lugar
privado como el baño, o el dormitorio.
El señor Jorgensen sonreía, como si disfrutara leyendo
esos papeles. Luego escribió algo en uno de ellos. Entonces Sara comprendió lo
que hacía su maestro. Leía los ejercicios que ella y sus compañeros le habían
entregado después de clase. Los leía uno por uno, detenidamente.
Con frecuencia Sara hallaba unas palabras escritas en la
parte superior o en el dorso de los ejercicios que el señor Jorgensen le
devolvía, cosa que ella no apreciaba mucho. No hay manera de complacer/e, solía
pensar Sara al leer las notas escritas en sus ejercicios.
Pero al ver al hombre leer un ejercicio tras otro y
escribir unas notas en ellos, mientras el resto de los habitantes del pueblo
dormía a pierna suelta, Sara experimentó una extraña sensación. Se sintió casi
mareada cuando su antigua y negativa opinión sobre el señor Jorgensen y su
nueva opinión sobre él chocaron dentro de su cabeza.
-¡Caray! -exclamó Sara. Al alzar la
vista su cuerpo menudo se elevó a toda velocidad sobre la casa de su maestro.
Sara sintió como si una cálida ráfaga de viento brotara
de su interior, envolviendo su cuerpo y haciendo que se le pusiera la carne de
gallina. Los ojos se le llenaron de lágrimas y el corazón le dio un vuelco de
alegría mientras se elevaba hacia el cielo, contemplando a sus pies el bonito
pueblo cuyos habitantes (casi todos) dormían plácidamente.
Siento aprecio por usted, señor Jorgensen, pensó Sara al
sobrevolar por última vez la casa del maestro antes de regresar a la suya. Cuando giró la
cabeza para observar la ventana de la cocina del señor Jorgensen, le pareció
ver que éste se levantaba para asomarse a ella.
CAPÍTULO TRECE
-Hola, señor Matson -dijo Sara al
atravesar el puente de la
calle Mayor camino de la escuela.
El señor Matson alzó la vista del motor del coche sobre
el que estaba inclinado.
Durante los muchos años que llevaba trabajando en la
única gasolinera del pueblo, situada en la esquina de la calle Mayor y la calle
central, había visto centenares de mañanas a Sara dirigirse a la escuela. Pero era la
primera vez que la niña se dignaba saludarlo. Perplejo y sin saber cómo
corresponder al saludo, el hombre hizo un gesto ambiguo con la mano. Lo cierto era que
la mayoría de las personas que conocían a Sara habían notado unas sorprendentes
diferencias en el comportamiento de la niña, por lo general introvertida. En
lugar de andar siempre con la vista clavada en sus pies, o absorta en sus
pensamientos, Sara se mostraba extrañamente interesada en lo que ocurría en su
pueblo de montaña, insólitamente observadora y asombrosamente comunicativa.
-¡Hay muchas cosas que apreciar!
-murmuró Sara para sus adentros. La máquina quitanieves ha limpiando la mayoría
de las calles. Lo cual es muy de agradecer, pensó.
Eso también lo aprecio.
Vio un camión de reparaciones aparcado frente a la tienda
de Bergman's, con la escalera extensible desplegada por completo. Había un
operario encaramado en lo alto de la escalera, manipulando un poste del tendido
eléctrico, mientras su compañero le observaba atentamente desde el suelo. Sara
se preguntó qué estarían haciendo, y llegó a la conclusión de que seguramente
estaban reparando uno de los cables de energía eléctrica que estaban cubiertos
de hielo. Eso está bien, pensó. Es muy de agradecer que esos hombres se ocupen
de que funcione la electricidad en nuestro pueblo. Lo aprecio sinceramente.
Cuando Sara entró en el patio de la escuela, un bus
escolar, lleno de niños, dobló la esquina y se detuvo ante la fachada. Sara no vio
sus rostros porque todas las ventanas estaban empañadas de vaho, pero conocía
perfectamente el trayecto del bus. El conductor, que llevaba desde antes del
amanecer recorriendo todo el condado para recoger a sus díscolos pasajeros,
ayudó a la mitad de los mismos a apearse frente a la escuela de Sara. La otra
mitad la depositaría ante la vieja escuela de Sara, situada en la calle Mayor.
Es muy de agradecer lo que hace el conductor del bus, pensó Sara. Lo aprecio
mucho.
Al entrar en el edificio Sara se quitó el grueso abrigo,
sintiendo el grato calor que reinaba en el interior. Aprecio este edificio, y
la caldera que lo mantiene caldeado, y al conserje que se encarga de
encender/a. Recordó haberle visto arrojar unas paladas de carbón a la caldera,
para alimentar el fuego durante unas horas, y haberle visto retirar las grandes
escorias rojas de la
caldera. Aprecio a este conserje que se encarga de que no
pasemos frío.
Sara se sentía estupendamente. Estoy empezando a captar
la importancia de apreciar ciertas cosas, pensó. Me extraña que no se me ocurriera
antes. ¡Es genial ¡ -¡Hola, carita de bebé!
Sara oyó una voz falsamente nasal burlándose de alguien.
Era un comentario tan antipático, que al oírlo Sara hizo una mueca de disgusto.
El contraste entre la maravillosa sensación que había experimentado y el
desagradable sonido de esas palabras le chocó.
¡Ya están metiéndose otra vez con el
pobre Donald!, pensó Sara. En efecto, los dos bravucones habían vuelto a las
andadas.
Habían acorralado a Donald en el pasillo y el pobre niño
estaba apretujado contra su taquilla. Sara vio los rostros de Lynn y Tommy sonriendo
despectivamente a escasos centímetros del de Donald.
De golpe Sara perdió su timidez.
-¡Sois unos cafres! ¿Por qué no os
metéis con alguien de vuestro tamaño? -Eso no era exactamente lo que la niña
pretendía decir, puesto que Donald era bastante más alto que los otros dos, pero
la confianza que les daba el hecho de andar siempre en pareja colocaba a
Donald, la víctima de turno, en una situación de clara desventaja.
-¡Donald tiene novia, Donald tiene
novia! –canturrearon los dos bravucones al unísono. Sara se sonrojó de
vergüenza y al cabo de unos instantes su rubor se intensificó debido a la ira.
Los dos chicos se pusieron a reír y echaron a andar por
el pasillo, dejando a Sara ahí plantada, sofocada y sintiéndose abochornada e
incómoda.
-¡No necesito que me defiendas! -gritó
Donald, descargando de nuevo su ira sobre Sara para ocultar sus lágrimas de
vergüenza.
Dios santo, pensó Sara. He vuelto a meter la pata. ¡Es
que no escarmiento! A ti también te aprecio, Donald, pensó Sara. Gracias a ti,
he comprendido que soy una idiota. Una idiota que no escarmienta.
CAPÍTULO CATORCE
-Hola, Salomón -saludó Sara en un tono
inexpresivo, colgando su cartera del poste de la cerca junto al búho.
Buenos días, Sara, Hace un día espléndido, ¿no crees?
-Supongo que sí - respondió Sara distraídamente, sin percatarse, pues le tenía
sin cuidado, de que el sol lucía de nuevo. Después de aflojarse el nudo de la
bufanda, se la quitó y la guardó en el bolsillo.
Salomón aguardó en silencio a que Sara pusiera en orden
sus ideas y le lanzara su acostumbrada andanada de preguntas, pero ese día la
niña se mostraba extrañamente taciturna.
-No lo entiendo, Salomón --dijo por
fin Sara.
¿Qué es lo que no entiendes?
-No entiendo de qué sirve que yo
aprecie las cosas.
No veo que me haga ningún bien ni a mí ni a nadie. ¿A qué
te refieres?
-Había empezado a pillar la onda. Llevo toda la
semana practicando. Al principio me costó bastante, pero luego me resultó más
fácil. Hoy, lo apreciaba todo hasta que llegué a la escuela y vi a Lynn y a
Tommy metiéndose otra vez con el pobre Donald.
¿Y qué ocurrió?
-Que me enfadé. Me enfadé tanto que
les grité.
Quería que dejaran a Donald en paz, para que pueda ser
feliz. He vuelto a meter la pata, Salomón. Me uní a su cadena de dolor. No he
escarmentado. Odio a esos chicos, Salomón. Son asquerosos.
¿Por qué les odias?
-Porque me han amargado un día
perfecto. Me había propuesto apreciar a todas las personas y los objetos que
viera hoy. Cuando me desperté esta mañana, aprecié mi cama, mi desayuno, a mis
padres e incluso a Jason. De camino a la escuela vi muchas cosas que aprecié,
pero esos chicos lo han estropeado todo, Salomón. Han conseguido que vuelva a
sentirme mal. Como antes de que aprendiera a apreciar las cosas.
No me extraña que estés enfadada con ellos, Sara, pues
has caído en una trampa terrible. La peor trampa que existe en el mundo.
Sara se asustó al oír esas palabras. Había visto las
trampas caseras que construían Jason y Billy Y había liberado a muchos de los
ratoncitos, ardillas y pájaros que ellos gozaban capturando. La idea de que
alguien la hiciera caer en una trampa la aterrorizaba.
-¿Una trampa? ¿A qué te refieres,
Salomón? Verás, Sara, cuando tu felicidad depende de lo que otras personas
hagan o dejen de hacer, estás atrapada, porque no puedes controlar lo que
piensen o hagan. Descubrirás la auténtica libertad - una libertad que ni
siquiera imaginas cuando descubras que tu felicidad no depende de otros. Tu
felicidad sólo depende de aquello a lo que decidas prestar atención.
Sara escuchó en silencio mientras unos gruesos lagrimones
rodaban por sus sonrosadas mejillas.
En estos momentos te sientes atrapada porque crees que no
pudiste haber reaccionado de forma distinta ante lo ocurrido. Cuando ves algo
que te hace sentir incómoda, reaccionas de acuerdo con las circunstancias.
Crees que sólo puedes sentirte mejor si las circunstancias son mejores. Y como
no puedes controlar las circunstancias, te sientes atrapada.
Sara se enjugó el rostro con la manga. Se sentía
profundamente turbada.
Salomón tenía razón. Se sentía atrapada. Y deseaba
liberarse de esa trampa.
Sigue practicando el sentimiento de aprecio, Sara, y no
tardarás en sentirte mejor. Iremos resolviendo el tema poco a poco. Ya lo verás.
No te costará comprenderlo. No dejes de divertirte. Mañana proseguiremos nuestra
charla. Que descanses.
CAPÍTULO QUINCE
Salomón estaba en lo cierto. Las cosas empezaron a
mejorar. De hecho, las semanas siguientes fueron las mejores que recordaba
Sara.
Todo iba como la seda. Las jornadas escolares se le hacían cada
vez más cortas y Sara comprobó asombrada que empezaba a sentirse a gusto en la escuela.
Pero Salomón seguía siendo la mejor parte de la jornada de Sara.
-Me alegro de haberte encontrado en este
bosquecillo, Salomón - dijo Sara-. Eres mi mejor amigo.
Yo también me alegro, Sara. Somos aves del mismo plumaje.
-Tienes razón a medias -contestó Sara
echándose a reír. Al contemplar el maravilloso plumaje de Salomón sintió un
tierno aprecio hacia él.
-¿Pero qué significa esa expresión,
Salomón?
La gente utiliza esa expresión para indicar que las cosas
que se asemejan se juntan. Las cosas y seres que se asemejan se atraen
mutuamente.
-¿Como se juntan los petirrojos, los
cuervos o las ardillas?
Más o menos. Todas las cosas que se asemejan lo hacen,
Sara. Pero la semejanza no siempre radica en lo que tú crees. Por lo general no
es tan evidente que pueda distinguirse a
simple vista.
-No lo entiendo, Salomón. Si no puede
verse, ¿cómo sabemos si unas cosas se asemejan o son distintas?
Lo presientes, Sara. Pero requiere práctica, y antes de
practicarlo debes saber lo que buscas, y como la mayoría de las personas no
conocen las reglas más elementales, no saben lo que deben buscar.
-¿Como las reglas de un juego,
Salomón?
Más o menos. En realidad, sería más preciso llamarlo «la
ley de la atracción universal», según la cual todos los cuerpos semejantes se
atraen mutuamente.
-« ¡Dios los cría y ellos se juntan!»
-exclamó Sara alegremente. Había oído a su madre decirlo a veces, pero no se
había parado a pensar en lo que significaba y jamás se le habría ocurrido que
pudiera aplicarse a su amistad con un búho.
Eso es, Sara. La ley de la atracción universal afecta a
todas las personas y todos los objetos en el Universo.
-Pero no acabo de entenderlo, Salomón.
Explícamelo, por favor.
Mañana, a medida que transcurra el día, observa las
pruebas de esta ley. Mantén los ojos y los oídos bien abiertos, y, sobre todo,
presta atención a cómo te sientes mientras observas los objetos, las personas,
los animales y las situaciones que te rodean.
Diviértete con esto, Sara. Mañana seguiremos hablando del
tema.
Hummm, Aves del mismo plumaje, Dios los cría y ellos se
juntan..., pensó Sara.
Mientras no cesaba de dar vueltas en su cabeza a esas
palabras, una numerosa bandada de gansos que se hallaban en el prado alzaron el
vuelo y pasaron sobre ella. A Sara le encantaba observar a esos gansos de
invierno, los cuales al volar trazaban unos dibujos asombrosos en el cielo. No
dejaba de ser una casualidad, pensó sonriendo, que Salomón
y ella hubieran hablado hacía poco sobre aves del mismo
plumaje y de improvisto apareciera esa inmensa bandada de aves surcando el
cielo. ¡Hummm, la ley de la atracción universal!
CAPÍTULO DIECISÉIS
El viejo y resplandeciente Buick negro del señor Pack
aminoró la marcha al pasar junto a Sara. La niña saludó con la mano a los
señores Pack y éstos correspondieron a su saludo.
Sara recordó los comentarios de su padre sobre sus
ancianos vecinos.
«Esos viejos son idénticos.»
«Incluso se parecen físicamente», había añadido su madre.
Hummm, reflexionó Sara, es verdad que se parecen mucho. y
recordó el día en que había conocido a esos vecinos. «Ambos van siempre muy
atildados», había observado su madre desde el principio. El coche del señor
Pack era siempre el más reluciente del pueblo.
«Debe de lavarlo todos los días», había comentado su
padre con aspereza, pues no apreciaba el Contraste entre el coche del señor
Pack, que siempre estaba limpio, y el suyo, generalmente sucio. El césped y el
jardín del señor Pack estaban siempre cuidados y las plantas presentaban un
aspecto impecable. la
señora Pack era tan ordenada como su marido. Sara no había
tenido muchas Oportunidades de entrar en casa de los Pack, pero las pocas veces
que había puesto los pies en ella, por haberla enviado su madre con
un recado, le había impresionado lo ordenada y limpia que
estaba siempre, sin un detalle fuera de lugar. ¡La ley de la atracción
universal!, pensó Sara.
El hermano de Sara, Jason, y su revoltoso amigo Billy,
pasaron a toda velocidad Junto a Sara montados en sus bicis, aproximándose
cuanto podían sin chocar con ella. - ¡Eh, Sara, fíjate por dónde vas! -se mofó
Jason.
Sara les oyó reír a carcajadas mientras circulaban por la
calle.
¡Mocosos!, pensó Sara Ocupando de nuevo su lugar en la
calzada, irritada por haberse apartado para dejarles pasar.
-Son tal para cual -masculló_. Se
divierten haciendo trastadas. -De pronto se paró en seco-o Aves del mismo
plumaje -comentó sonriendo. ¡Dios los cría y ellos se juntan! ¡Ésa es la ley de
la atracción universal!
¡Y afecta a todas las personas y
objetos que existen en el Universo! Sara recordó las palabras de Salomón.
Al día siguiente, Sara pasó un buen rato buscando pruebas
de la ley de la atracción universal.
¡Están en todas partes!, pensó
mientras observaba a adultos, niños y adolescentes ocupándose de sus quehaceres
en el pueblo.
Sara se detuvo en Hoyt's Store, una tienda de
ultramarinos y otros artículos, situada en el centro del pueblo, no lejos del camino
a la escuela. Compró
una goma de borrar para suplir a la que un compañero le había perdido prestada
ayer y no se la había devuelto, y una chocolatina para después del almuerzo.
A Sara le gustaba entrar en esta tienda. Siempre le
producía una sensación agradable. Los dueños de la tienda eran tres hombres
joviales y risueños que continuamente estaban dispuestos a bromear con las
personas que entraban en el establecimiento. Como era la única tienda de
ultramarinos del pueblo, siempre estaba llena, pero incluso cuando se formaban
largas colas, los dueños no dejaban de sonreír y bromear con quienquiera que
les siguiera el juego.
-¿Cómo te va, pequeña? -le preguntó
sonriendo el más alto de los tres hombres.
Su entusiasmo sorprendió un poco a Sara. Los dueños de la
tienda no solían bromear con ella, cosa que a Sara le tenía sin cuidado, pero
hoy parecían más dispuestos.
-Muy bien -respondió Sara
resueltamente.
-¡Así me gusta! ¿Qué vas a comerte en
primer lugar, la chocolatina o la goma de borrar?
-Creo que primero me comeré la
chocolatina. ¡La goma de borrar la reservo para el postre! -contestó Sara
sonriendo.
El señor Hoyt soltó una carcajada, sorprendido del buen
humor de Sara. Su ingeniosa respuesta sorprendió también a la misma Sara.
-¡Que pases un buen día, tesoro!
¡Diviértete!
Sara se sentía estupendamente cuando salió de la tienda y
enfiló por la calle Mayor. Aves del mismo plumaje, pensó. La ley de la
atracción universal. ¡Está en todas partes!
¡Qué día tan hermoso! Sara alzó la vista y contempló el
cielo límpido y azul, apreciando el tibio y maravilloso día de invierno.
-¡Brrrruuuuum! –gritaron Jason y Billy
al unísono al pasar como una exhalación junto a Sara, montados en sus
bicicletas y pedaleando a toda velocidad. Pasaron casi rozándola, sin chocar con
ella pero salpicándole las piernas de barro.
-¡Monstruos! -chilló Sara enfurecida.
Esto no tiene sentido. Tengo que comentárselo a Salomón.
Cuando sus empapadas ropas se secaron Sara consiguió
eliminar la mayoría de manchas de barro, pero al término de la jornada seguía
sintiéndose confundida y furiosa.
Estaba furiosa con] asan, pero eso no era una novedad.
También estaba enfadada con Salomón, con la ley de la atracción universal, con
las aves del mismo plumaje y con las personas malas. En realidad, estaba
enfadada prácticamente con todo el mundo.
Como de costumbre, Salomón estaba posado sobre la cerca,
esperando pacientemente la visita de Sara.
Hoy pareces muy excitada, Sara. ¿De qué quieres hablarme?
-¡Hay algo que no encaja en esta ley
de la atracción universal! -contestó Sara.
La niña se detuvo, esperando a que Salomón n la
corrigiera.
Continúa, Sara.
-Dijiste que según la ley de la
atracción todos los cuerpos semejantes se atraen mutuamente, ¿no es así? y
Jason y Billy son malos. Se pasan el día buscando la forma de fastidiar a la
gente. -Sara se detuvo unos instantes, suponiendo que Salomón la interrumpiría.
Prosigue.
-Pero yo no soy mala, Salomón. Quiero
decir que no me dedico a salpicar a las personas con barro ni atropelladas con
mi bici. No atrapo ni mato a animalitos ni desinflo los neumáticos de la gente,
así que no entiendo por qué Jason y Billy andan siempre detrás de mí. No somos
aves del mismo plumaje. ¡Somos muy distintos!
¿De veras crees que Jason y Billy son
malos, Sara?
-¡Estoy convencida!
Son unos granujas, en eso estoy de acuerdo contigo, dijo
Salomón sonriendo, pero son como todas las personas y los seres del Universo.
Constituyen una mezcla de lo deseable y lo indeseable. ¿No has visto nunca
hacer algo bueno a tu hermano? -Alguna vez, pero muy pocas -balbució Sara-o
Tengo que pensar en ello. Pero sigo sin entenderlo, Salomón. ¿Por qué no me
dejan tranquila? ¡Yo no me meto con ellos!
Escucha, Sara. Siempre tienes la opción de contemplar
algo que deseas, o algo que no deseas. Cuando contemplas algo que deseas, por
el simple hecho de mirarlo empiezas a vibrar junto con esa persona o cosa. Te
asemejas a esa persona o cosa ¿Lo has entendido, Sara?
-¿Te refieres a que por el mero hecho
de observar a una persona que es mala, me convierto también en mala?
No exactamente, pero veo que empiezas a captar/o. Imagina
un tablero con lucecitas, aproximadamente del tamaño de tu cama.
-¿Un tablero con lucecitas?
Sí. Un tablero con un millar de lucecitas, como las
lucecitas de un árbol de Navidad, que sobresalen del tablero. Un mar de luces.
Miles de luces, y tú eres una de ellas. Cuando prestas atención a algo, por el
mero hecho de prestar/e atención, tu luz en el tablero se enciende y, en ese
momento, todas las otras luces en el tablero -es decir, en una armonía
vibratoria con tu luz -, se encienden también. Esas luces encendidas representan
tu mundo. Son las personas y las experiencias a las que ahora tienes un acceso
vibratorio.
Piensa en ello, Sara.
De todas las personas que conoces, a cuál de ellas fastidia
y chincha más tu hermano Jason? -¡A mí, Salomón! -respondió Sara sin vacilar-o
¡No deja de chincharme!
Y de todas las personas que conoces, c' cuál de ellas
crees que se siente más molesta por las trastadas de Jason? ¿Quién crees que
enciende su luz en el tablero de lucecitas en una armonía vibratoria con esos
granujas?
Sara rompió a reír, empezando a captar el asunto. -Yo,
Salomón. Yo soy quien se siente más molesta por sus trastadas. Mi lucecita en
el tablero se enciende constantemente cuando observo a Jason y me enfurezco con
él.
De modo, Sara, que cada vez que ves algo que no te gusta,
cuando reparas en ello, te resistes a ello y piensas en ello, enciendes tu
lucecita en el tablero, pero no consigues librarte de la sensación de molestia.
Con frecuencia te pones a vibrar incluso cuando Jason no anda cerca. Eso es
porque recuerdas lo que ocurrió la última vez que tu hermano andaba cerca. Pero
lo mejor de esto es que siempre sabes, por la forma en que te sientes, con qué
o quién has adquirido una armonía vibratoria.
- ¿A qué te refieres?
Cada vez que te sientes feliz, cada vez que sientes
aprecio por alguien o algo, cada vez que observas los aspectos positivos de esa
persona u objeto, vibras en armonía con lo que sí deseas. Pero cada vez que te
sientes enojada o temerosa, cada vez que te sientes culpable o decepcionada, en
esos momentos adquieres armonía con lo que no deseas.
-¿Cada vez, Salomón?
Sí. Siempre puedes guiarte por tus sentimientos. Es una
guía segura. Medita sobre ello, Sara. Durante los próximos días, mientras
observas a las personas que te rodean, presta atención a cómo te sientes.
Muéstrate a ti misma con qué adquieres una armonía vibratoria.
-Muy bien. Lo intentaré, Salomón. Pero
es muy difícil. Tendré que practicado muchas veces.
Es cierto. Es agradable tener a tantas personas a tu
alrededor con las que practicar. Diviértete con esto.
Y tras estas palabras, Salomón alzó el vuelo y
desapareció.
Para ti es fácil decir/o, Salomón, pensó Sara. Tú puedes
elegir con quién quieres pasar el rato. No tienes que ir a la escuela y
soportar a Lynn ya Tommy. No tienes que convivir con Jason.
De pronto, con tanta claridad como si Salomón estuviera
allí sentado hablando directamente con ella, Sara le oyó decir:
Cuando tu felicidad depende de lo que otras personas
hagan o dejen de hacer, estás atrapada, porque no puedes controlar lo que
Piensen o hagan. Descubrirás la auténtica liberación, una libertad que ni
siquiera imaginas, cuando descubras que tu felicidad no depende de otros. Tu
felicidad depende de aquello en lo que tú decides centrar tu atención.
CAPÍTULO DIECISIETE
Menudo día he tenido, pensó Sara mientras se dirigía
hacia el bosquecillo de Salomón.
-¡Odio la escuela! -exclamó sumiéndose
de nuevo en el sentimiento de ira que la había embargado en cuanto había
entrado en el recinto de la escuela. Siguió avanzando con la vista fija en sus
pies, recordando los detalles de aquel espantoso día.
Había alcanzado la puerta de entrada en el preciso momento
en que hizo aparición el bus escolar. Cuando el conductor abrió las puertas
descendió del vehículo un hatajo de niños revoltosos que por poco atropellan a
Sara, empujándola a diestro y siniestro, haciendo que dejara caer sus libros y
diseminando el contenido de su cartera por el suelo. Lo peor era que habían
pisoteado el ejercicio que debía entregar al señor Jorgensen. Sara había
recogido los papeles manchados de barro y los había metido de nuevo en la
cartera.
¿Por qué me he esmerado tanto en presentar este estúpido
ejercicio con pulcritud? se preguntó Sara, lamentándose de haberse entretenido
en escribir el ejercicio por segunda vez antes de doblado con cuidado y
guardado en su cartera.
Sara había atravesado la imponente puerta de entrada
mientras trataba de ordenar sus cosas, pero a juicio de la señorita Webster no
se movía con suficiente rapidez.
-¡Apresúrate, Sara, no puedo perder
todo el día! -le había increpado la delgada maestra de tercer curso, odiada por
la mayoría de alumnos.
-¡Ni que me hubiera entretenido horas!
-había murmurado Sara para sí-o ¡No te fastidia!
Sara había consultado su reloj unas cien veces aquel día,
contando los minutos que faltaban hasta que pudiera librarse de esa gentuza tan
cruel.
Por fin sonó el último timbre y Sara se marchó.
¡Odio la escuela con toda mi alma!
¿Cómo es posible que algo tan horrible tenga algún valor para alguien?
Como de costumbre, Sara se dirigió hacia el bosquecillo
de Salomón y al enfilar el Sendero de Thaker, pensó: Estoy de un humor pésimo.
No me había sentido así desde que conocí a Salomón.
-¡Ay, Salomón! -se quejó Sara-. Odio
la escuela. Me parece una solemne pérdida de tiempo.
Salomón no dijo nada.
-Es como una jaula de la que no puedes
salir, y las personas que hay en la jaula son malas y se pasan el día buscando
la forma de herirte.
Salomón siguió sin hacer comentarios.
-No sólo los niños se comportan
cruelmente con otros niños, sino que los maestros también son crueles. Supongo
que a ellos tampoco les gusta estar ahí.
Salomón permanecía quieto, mirando al frente. Sara
observó sus grandes ojos amarillos y comprobó que de vez en cuando parpadeaba,
la única indicación de que no estaba dormido.
Por la mejilla de Sara rodó una lágrima al tiempo que la
rabia se acumulaba en su interior.
-Sólo quiero ser feliz, Salomón. Pero
creo que nunca seré feliz en la escuela.
En ese caso, será mejor que te vayas también del pueblo,
Sara.
La niña alzó la vista, sobresaltada al oír el inopinado
comentario de Salomón.
-¿Qué dices, Salomón? ¿Que me marche
también del pueblo?
Así es, Sara, si quieres marcharte de la escuela porque
tiene algunos aspectos negativos, será mejor que te marches también del pueblo,
y de este Estado, de este país, de la faz de esta Tierra e incluso de este
Universo. Pero el problema, Sara, es que no sé adónde enviarte.
Sara estaba confundida. Éste no era el Salomón que
siempre buscaba una solución, el que ella conocía y amaba.
--¿Pero qué dices, Salomón?
Verás, Sara, he comprobado que cada partícula del
Universo contiene lo que deseo y lo que no deseo. En cada persona, situación, lugar
y momento están siempre presentes esas opciones. Siempre. De modo que si
quieres abandonar un lugar, o una circunstancia, porque tiene aspectos
negativos, vayas a donde vayas te encontrarás con lo mismo.
Pues vaya consuelo, Salomón. De modo que el problema no tiene
solución.
Tu tarea no consiste en buscar el lugar perfecto en el
que sólo existan las cosas que deseas. Tu tarea consiste en buscar las cosas
que deseas en todos los lugares.
-¿Por qué? ¿De qué me va a servir?
En primer lugar te sentirás mejor y, segundo, a medida
que empieces a prestar atención a más cosas que deseas ver, esas cosas se
convertirán en parte de tu experiencia. Cada vez te resultará más fácil, Sara.
-¿Pero no son algunos lugares peores
que otros, Salomón? La escuela es el peor lugar del mundo.
Verás, Sara, es más fácil hallar cosas positivas en
algunos lugares que en otros, pero eso puede convertirse en una enorme trampa.
-¿A qué te refieres?
Cuando ves algo que no te gusta y decides marcharte a
otro lugar, por lo general te llevas lo que no te gusta.
-Yo no me llevaría a esos antipáticos
maestros ni a esos niños crueles, Salomón.
Quizá no a esos maestros y niños, Sara, pero fueras a
donde fueras te encontrarías con otros iguales que ellos. Recuerda lo de «aves
del mismo plumaje».
Recuerda el «tablero de lucecitas». Cuando ves cosas que
no te gustan y piensas en ellas
y hablas sobre ellas, acabas pareciéndote a ellas, y en
todas partes verás esas mismas cosas.
-Siempre me olvido de esas cosas,
Salomón.
Es natural, Sara, porque al igual que la mayoría de las
personas has aprendido a reaccionar ante las circunstancias. Si las
circunstancias que te rodean son favorables, reaccionas sintiéndote bien, pero
si las circunstancias que te rodean son negativas, reaccionas sintiéndote mal.
Por regla general las personas Piensan que en primer
lugar deben buscar las circunstancias perfectas, y cuando las han hallado,
pueden reaccionar sintiéndose felices. Pero eso les causa una gran angustia,
porque enseguida descubren que no pueden controlar las circunstancias.
Has empezado a darte cuenta de que no estás aquí para
buscar las circunstancias perfectas. Estás aquí para elegir las cosas que
deseas apreciar -que te hacen vibrar como las circunstancias perfectas-, para
atraer a las circunstancias perfectas.
-Supongo que tienes razón -suspiró
Sara. Todo eso le parecía muy enrevesado.
No es tan complicado como parece, Sara. Lo cierto es que
las personas lo complican al tratar de hallar un sentido a las circunstancias
que les rodean. Si tratas de descifrar cómo se crea cada circunstancia, o si
las circunstancias son las adecuadas, acabas hecha un lío. Si tratas de
averiguar esas cosas terminas enloqueciendo. Pero si te limitas a prestar
atención cada vez que tu válvula se abre o se cierra, tu vida será mucho más sencilla
y feliz.
-¿Mi válvula? ¿A qué te refieres?
En todo momento fluye en tu interior un torrente de
energía positiva. Digamos que es como la presión del agua en tu casa. Esa
presión del agua siempre está ahí, junto a tu válvula. Si quieres que entre
agua en tu casa, no tienes más que abrir la válvula para dejar que penetre.
Pero si la válvula está cerrada, el agua no puede entrar. Tu tarea consiste en
mantener abierta esa válvula para que pueda entrar el bienestar. El bienestar siempre
está a tu disposición, pero debes dejar/o entrar.
-Pero, Salomón -protestó Sara-, ¿de
qué me sirve mantener abierta mi válvula en una escuela en la que todos están
siempre de malhumor y se comportan con crueldad?
En primer lugar, cuando abras tu válvula no prestarás
atención a la crueldad de la gente, y algunas cosas cambiarán ante tus propios
ojos. Muchas personas dudan entre abrir o cerrar sus válvulas, pero cuando
entran en contacto contigo y comprueban que tienes tu válvula abierta, se
acercan a ti con una sonrisa o una frase amable. Por otra parte, ten en cuenta
que una válvula abierta no sólo incide en lo que ocurre hoy, sino en lo que
ocurra mañana y pasado mañana. De modo que cuantos más días te sientas feliz,
más agradables te resultarán las circunstancias mañana y pasado mañana.
Practícalo, Sara.
Comprende que ninguna circunstancia, por negativa que te
parezca en ese momento, merece que cierres tu válvula. Lo más importante es
proponerte mantener tu válvula abierta.
He aquí algunas palabras que debes
recordar, Sara, y repetir tantas veces como puedas: «Mantendré mi válvula
abierta pase lo que pase».
-De acuerdo, Salomón -respondió Sara
dócilmente, aunque no estaba muy convencida.
Pero recordó que en términos generales las cosas le
habían ido mucho mejor desde que practicaba las técnicas que le había propuesto
Salomón.
-Lo practicaré. Espero que dé
resultado -dijo Sara antes de alejarse del bosquecillo de Salomón. Sería
estupendo sentirse bien pase lo que pase. Eso es lo que quiero.
CAPÍTULO DIECIOCHO
El coche de la madre de Sara estaba aparcado a la
entrada. Qué raro, pensó Sara.
Mi madre no suele llegar a casa tan temprano.
-Hola, ya estoy aquí -dijo Sara al
abrir la puerta de entrada, sorprendida por este insólito anuncio de su
llegada. Pero no obtuvo respuesta. Dejó sus libros sobre la mesa del comedor y
después de atravesar la cocina y salir al pasillo que conducía a los dormitorios
preguntó-: ¿Hay alguien en casa?
-Estoy aquí, cariño -contestó la madre
de Sara con su apacible voz. Las cortinas del dormitorio estaban corridas y su
madre yacía en la cama con una toalla sobre los ojos y la frente.
-¿Qué te pasa, mamá? -preguntó Sara.
-No es más que un dolor de cabeza,
tesoro. Me ha dolido todo el día y al final decidí que no podía quedarme otro
minuto más en el trabajo, de modo que regresé a casa. -¿Te sientes mejor?
-La cabeza me duele menos cuando
cierro los ojos.
Me quedaré acostada un ratito. No tardaré en salir.
Cierra la puerta de la habitación y cuando llegue tu hermano, dile que saldré
dentro de un rato. Si duermo unos minutos me sentiré mejor.
Sara salió de la habitación de su madre de puntillas y
cerró la puerta con suavidad. Se quedó unos momentos en el pasillo, sin saber
qué hacer. Sabía que tenía que hacer las faenas de la casa que hacía cada día
de su vida, pero hoy todo parecía distinto.
Sara no recordaba la última vez que su madre no hubiera
acudido al trabajo por sentirse indispuesta, y le preocupaba que hubiera
llegado tan temprano a casa. Notaba un nudo en el estómago y se sentía
desorientada. No se había percatado de hasta qué punto el carácter estable y
alegre de su madre tenían un efecto tranquilizador sobre ella.
-Esto no me gusta -dijo Sara en voz
alta-o Esperó que el dolor de cabeza de mamá desaparezca enseguida.
Sara. Sara oyó la voz de Salomón. ¿Tu felicidad depende
de las circunstancias que te rodean? Creo que ésta es una buena oportunidad
para practicar.
-De acuerdo, Salomón. ¿Pero cómo
quieres que practique? ¿Qué debo hacer?
Abre tu válvula, Sara. Cuando te sientes mal, significa
que tu válvula está cerrada. Procura pensar en algo que haga que te sientas
mejor, hasta que notes que tu válvula vuelve a abrirse.
Sara se dirigió a la cocina, pensando en su madre
postrada en la cama en la habitación de al lado. Vio el bolso de su madre sobre
la mesa de la cocina; no podía dejar de pensar en su madre.
Toma la decisión de hacer algo, Sara. Piensa en tus
tareas y decide hacerlas esta noche en un tiempo récord. Decide hacer algo más,
algo más que tus tareas habituales.
Esa idea hizo que Sara se pusiera de inmediato manos a la
obra. Se movió rápidamente, recogiendo las cosas que diversos miembros de la
familia habían ido dejando desperdigadas por la casa, lentamente, a lo largo de
varias horas ayer por la tarde, antes de acostarse. Recogió los periódicos diseminados
por el suelo de la sala de estar y los colocó en una pila ordenada, tras lo
cual quitó el polvo de las superficies de las mesas en la sala de estar. Luego
limpió el lavabo y la bañera del único baño de la casa. Vació los cubos de
basura en la cocina y la papelera del baño. Ordenó los papeles que tenía su
padre diseminados sobre el amplio escritorio de roble, tan enorme que apenas
cabía en el rincón de la sala de estar, procurando no dejar nada muy lejos del lugar
donde lo había dejado su padre. No estaba segura de si existía cierto orden en
el desorden de su padre, pero en todo caso no quería causar problemas. Su padre
pasaba muy poco tiempo sentado ante su escritorio, y Sara se preguntaba a
menudo por qué había dedicado un espacio tan grande de la sala de estar a aquel
trasto. Pero procuraba a su padre un lugar donde reflexionar y, lo que era más
importante, un lugar donde dejar los papeles sobre los que no quería seguir
pensando en aquellos momentos.
Sara se movió con rapidez, decidida a terminar cuanto
antes, y cuando tomó la decisión de no pasar el aspirador sobre la alfombra de
la sala de estar, para no molestar a su madre, se percató de lo bien que se
sentía después del breve rato que había dedicado a limpiar y recoger la casa.
Pero al decidir no pasar el aspirador, para no importunar a su madre que estaba
descansando, volvió a concentrarse en la circunstancia negativa, lo cual le
hizo sentir de nuevo aquella incómoda sensación en la boca del estómago.
¡Es asombroso!, pensó Sara. Ahora me
doy cuenta de que la forma en que me siento depende sólo de las cosas a las que
presto atención. Las circunstancias no han cambiado, pero mi atención sí.
Sara se sintió entusiasmada. Había descubierto algo muy
importante. Había descubierto que su alegría no dependía de ninguna otra
persona ni objeto.
De pronto oyó que se abría la puerta de la habitación de
su madre y ésta salió al pasillo y entró en la cocina. -¡Qué limpio y ordenado
está todo, Sara! -exclamó su madre, que parecía sentirse más aliviada.
-¿Ya no te duele la cabeza, mamá?
-preguntó Sara con ternura.
-Me siento mucho mejor, Sara. He
podido descansar un rato porque sabía que tú te ocuparías de todo. Gracias,
cariño.
Sara se sentía divinamente. Sabía que en realidad no
había hecho mucho más de lo que hacía todos los días al llegar de la escuela.
Su madre no la apreciaba por lo que había hecho. Lo que su madre apreciaba era
que Sara tuviera su válvula abierta. Lo conseguiré, pensó Sara. Puedo mantener
mi válvula abierta sean cuales sean las circunstancias.
Sara recordó la afirmación de Salomón: «Mantendré mi
válvula abierta pase lo que pase».
CAPÍTULO DIECINUEVE
Muy bien, Sara. Un diez. Sara leyó las palabras escritas
en la parte superior del ejercicio que había hecho ayer y que el señor
Jorgensen acababa de devolverle.
Sara trató de reprimir una sonrisa de satisfacción al
leer las palabras escritas con bolígrafo rojo. El señor Jorgensen en se volvió
para mirada mientras entregaba a la niña
sentada delante de ella su ejercicio. Cuando Sara le
miró, el maestro le guiñó el ojo.
Sara sintió que el corazón le daba un vuelco de alegría.
Se sentía sumamente orgullosa de sí misma. Era un sentimiento nuevo para ella,
y le resultaba muy agradable.
Sara estaba impaciente por regresar al bosquecillo y
hablar con Salomón.
-¿Qué le ha pasado al señor Jorgensen,
Salomón?
-preguntó Sara-o Parece otro hombre.
Es el mismo, Sara, pero has observado otras cosas en él.
-No creo que haya observado otras cosas en él, sino que hace cosas que no hacía
antes.
¿Por ejemplo?
-Sonríe más que antes. A veces sonríe
antes de que suene el timbre. Antes apenas sonreía. ¡Hasta me ha guiñado el
ojo! Y en clase cuentas unas historias tan divertidas que hace que nos riamos a
carcajadas. Parece más feliz que antes, Salomón.
Todo parece indicar que tu maestro se ha unido a tu
cadena de la alegría, Sara.
La niña se quedó pasmada. ¿Acaso Salomón le atribuía a
ella el cambio en la conducta del señor Jorgensen?
-¿Quieres decir que he sido yo quien
ha hecho que el señor Jorgensen se sienta más feliz?
No ha sido sólo cosa tuya, Sara, porque el señor
Jorgensen desea ser feliz. Pero tú le has ayudado a recordar que desea ser
feliz. Y le has ayudado a recordar por qué decidió ser maestro. -Yo no he
hablado con el señor Jorgensen de esas cosas, Salomón.
¿Cómo pude haberle ayudado a
recordarlas?
Lo conseguiste a través del aprecio que sientes por el
señor Jorgensen. Verás, cada vez que prestas atención a alguien, o a algo, y al
mismo tiempo sientes esa maravillosa sensación de aprecio, haces que se intensifique
el estado de felicidad de esas personas. Les proporcionas un baño de aprecio.
-¿Como si las rociara con la manguera
del jardín? _Sara rió de gozo, satisfecha de que se le había ocurrido esa
ingeniosa analogía.
Sí, Sara, es algo muy parecido. Pero antes de que puedas
rociar a las personas con la manguera, tienes que conectada al grifo y abrirlo.
Y eso lo haces al apreciarlas.
Cada vez que sienten aprecio o amor por alguien, cada vez
que ves algo positivo en una persona o en algo, te conectas al grifo.
-¿Quién instala el aprecio en el
grifo, Salomón? ¿De dónde sale?
Siempre ha estado ahí, Sara. Es algo natural. -¿Entonces
por qué las personas no rocían siempre a los demás con su aprecio?
Porque la mayoría de las personas se han desconectado del
grifo, Sara. N o intencionadamente, pero no saben cómo permanecer conectadas a
él.
-Así que según tú, ¿puedo conectarme
cuando quiera al grifo y rociar con mi aprecio a quien quiera, en cualquier
momento y en cualquier lugar?
Así es, Sara. Y cada vez que rocíes a las personas con tu
manguera de aprecio, observarás unos cambios evidentes. -¡Vaya! -murmuró Sara,
tratando de captar mentalmente la magnitud de lo que acababa de averiguar-o ¡Es
como magia, Salomón!
Al principio parece magia, Sara, pero al cabo de un tiempo
te parecerá de lo más natural. Sentirse bien -y convertirte en un catalizador
para que otros se sientan bien – es la cosa más natural.
Sara cogió la cartera y la chaqueta que se había quitado,
dispuesta a despedirse de Salomón hasta el día siguiente.
Recuerda, Sara, que tu tarea consiste en mantenerte
conectada al grifo.
Sara se detuvo y se volvió para mirar a Salomón,
comprendiendo de golpe que esto quizá no fuera tan fácil, ni tan mágico, corno
el búho le había dado a entender. -
¿Existe algún truco para mantenerme
conectada al grifo, Salomón?
Quizá requiera un poco de práctica, al principio. Pero al
cabo de un tiempo conseguirás dominar/o. Durante los próximos días, Piensa en
algo, y luego presta atención a cómo te sientes. Observarás que cuando sientas
aprecio, satisfacción, cuando felicites a alguien o veas aspectos positivos en
una persona u objeto, te sentirás maravillosamente, lo cual significa que estás
conectada al grifo. Pero cuando censures, critiques o culpes a alguien por
algo, no te sentirás bien. Yeso significa que estás desconectada, al menos
durante el rato que te sientes mal. Diviértete con esto, Sara.
Tras esas palabras, Salomón desapareció.
Sara echó a andar hacia su casa sintiéndose eufórica.
Había disfrutado mucho con el juego del aprecio que le
había propuesto Salomón, pero la idea de apreciar a alguien o algo con el
propósito de conectarse a ese maravilloso grifo le parecía aún más excitante.
Le daba más motivos para apreciar lo que le rodeaba.
Sara dobló la esquina y enfiló el último tramo del trayecto
hacia su casa cuando vio a la vieja tía Zoie avanzando lentamente por el camino
empedrado de su casa.
Sara no la había visto en todo el invierno y le sorprendió
veda fuera. Como la tía Zoie no la había visto, Sara se abstuvo de saludada,
pues no quería sobresaltada ni entablar con ella la larga conversación que se
temía. La tía Zoie caminaba muy despacio, y a lo largo de los años Sara había aprendido
a ahorrarse el mal rato de ver a la tía Zoie tratando de hallar las palabras
con que expresar sus pensamientos. Parecía corno si su mente trabajara más
deprisa que sus labios y se hiciera un lío con los pensamientos que bullían en
su cabeza. El hecho de que Sara tratara de ayudada, apuntando alguna que otra palabra,
sólo servía para irritar aún más a la tía Zoie. De modo que Sara decidió evitar
encontrarse con ella. Pero tampoco era la solución ideal. Le entristeció ver
cómo la pobre anciana subía torpemente los escalones de la entrada. Se sujetaba
a la barandilla con todas sus fuerzas, avanzando pasito a paso, salvando
lentamente los cuatro o cinco escalones del porche de su casa.
Espero no acabar como ella cuando sea vieja, pensó Sara.
Entonces recordó su última charla con Salomón. ¡El grifo!
¡La rociaré con el grifo! Primero, me conectaré al grifo y luego la rociaré con
mi aprecio. Pero no lograba experimentar ese sentimiento. Bueno, volveré a
intentar/o. Sara se sentía frustrada.
-Esto es importante, Salomón -rogó a
su amigo el búho-o La tía Zoie también necesita que la rocíe con mi aprecio.
Pero no obtuvo respuesta de Salomón.
-¿Dónde te has metido, Salomón? -gritó
Sara, sin darse cuenta de que la tía Zoie había reparado en su presencia y la
observaba desde el porche.
-¿Con quién hablas? -preguntó la
anciana a Sara. Sara se sobresaltó.
-Con nadie -respondió turbada, echando
a andar apresuradamente por el camino.
Al pasar frente al jardín de la tía Zoie, Sara observó
que estaba hecho un lodazal, esperando que su dueña lo plantara de nuevo en
primavera. Roja de vergüenza y furiosa,
Sara se fue a su casa.
CAPÍTULO VEINTE
_ ¿Dónde estabas ayer, Salomón?
-preguntó Sara con tono quejumbroso al encontrarse con el búho, que estaba
posado sobre la verja .Necesitaba que me ayudaras a conectarme al grifo para
ayudar a la tía Zoie a sentirse mejor.
¿No sabes por qué tenías problemas
para conectarte al grifo, Sara?
-No. ¿Por qué no pude conectarme?
Deseaba hacerlo.
¿Por qué?
-Te aseguro que quería ayudar a la tía
Zoie. Es muy vieja y se confunde con facilidad. Su vida no debe de ser muy
divertida.
¿De modo que querías conectarte al grifo para rociar a la
tía Zoie con aprecio, para solucionar sus problemas, para que se sintiera
feliz?
-Sí. ¿Me ayudarás, Salomón?
Verás, Sara, me gustaría ayudarte, pero me temo que es
imposible.
-¿Por qué? ¿A qué te refieres? La tía
Zoie es una anciana muy amable. Creo que te caería bien. Estoy segura de que
nunca ha hecho nada malo...
Estoy convencido de ello, Sara. La tía Zoie es una mujer
maravillosa. El motivo de que no podamos ayudarla, en las presentes
circunstancias, no tiene nada que ver con ella. Es por ti, Sara.
-¿Por mí? ¿Qué he hecho? ¡Sólo trato
de ayudarla! Sí, Sara, eso es lo que deseas.
Pero pretendes hacerlo de una forma que no funciona.
Recuerda, Sara, tu tarea consiste en conectarte al grifo.
-Ya lo sé, Salomón. Por esto te
necesito. Para que me ayudes a conectarme.
Yo no puedo ayudarte, Sara. Tienes que encontrar ese
punto donde sientes lo que deseas.
-No te entiendo, Salomón.
Recuerda, Sara, que no puedes formar parte de la cadena
de dolor y conectarte al grifo del bienestar al mismo tiempo. Una cosa u otra.
Cuando observas una condición indeseable que hace que te sientas mal, ese
sentimiento te indica que estás desconectada. Y cuando no estás conectada al
flujo natural del bienestar, no tienes nada que dar a los demás.
-¡Jopé, Salomón, esto es horrible!
Cuando veo a alguien que necesita ayuda, el mero hecho de ver que necesita
ayuda me hace vibrar de un modo que me impide ayudarles. ¡Qué horror! ¡Así no
podré ayudar nunca a nadie!
Debes tener presente que lo más importante es permanecer
conectada al grifo del bienestar. Por tanto, tienes que mantener tus
pensamientos en una situación que haga que te sientas bien. Dicho de otro modo,
tienes que estar más pendiente de permanecer conectada al grifo del bienestar
que de las circunstancias. Ésa es la clave.
Piensa en lo que ocurrió ayer, Sara. Cuéntame lo que
sucedió con la tía Zoie.
-De acuerdo. Cuando regresaba a casa
después de clase, vi a la tía Zoie avanzando lentamente por la acera frente a
su casa. Está muy achacosa y casi no puede andar, Salomón. Camina apoyada en un
viejo bastón de madera.
¿Y qué ocurrió?
-Nada, la observé pensando en lo
triste que era que estuviera tan achacosa y le costara caminar... ¿y entonces
qué pasó?
-No pasó nada, Salomón...
¿Cómo te sentías en esos momentos, Sara?
-Muy mal. Sentí lástima de la tía
Zoie. Apenas podía subir los escalones del porche de su casa. Temí acabar como
ella cuando sea vieja.
Eso es lo más importante de todo el asunto, Sara. Cuando
notes que te sientes mal, comprenderás que estás contemplando una circunstancia
que te desconecta del grifo. Lo cierto es que te conectas de forma natural al
grifo del bienestar, Sara. No tienes que esforzarte en conectarte a él. Pero es
importante que prestes atención a tus sentimientos, para saber si estás
conectada o desconectada. En eso consisten las emociones negativas.
-¿Qué debo hacer para permanecer
conectada al grifo, Salomón?
Según he observado, cuando tu máxima prioridad es
permanecer conectada, es más fácil hallar unos pensamientos que te permitan
conectarte. Pero hasta que no comprenden que eso es lo más importante, en
general las personas no hacen sino dar palos de ciego.
Te propondré unas reflexiones, o
frases, y mientras las escuchas presta atención a cómo te sientes, para
comprobar si mi frase hace que estés conectada o desconectada del grifo. -Muy
bien.
Fíjate en esa pobre anciana. Apenas puede caminar. -Eso
hace que me sienta mal, Salomón.
No sé qué será de la tía Zoie. Apenas puede subir la
escalera.
¿Qué hará cuando su salud se deteriore?
-Eso hace que me desconecte, Salomón.
Está clarísimo.
Me pregunto dónde estarán sus ingratos hijos. ¿Por qué no
vienen a cuidar de ella?
-Yo también me lo pregunto, Salomón.
Tienes razón. Eso también me desconecta.
La tía Zoie es una anciana fuerte y valerosa. Creo que le
gusta su independencia.
-Hummm. Ese pensamiento hace que me
sienta mejor.
Aunque alguien se ofreciera a cuidar de ella,
probablemente se negaría.
-Sí. Ese pensamiento también hace que
me sienta mejor. Seguramente tienes razón, Salomón. Cada vez que trato de
ayudada se enfada conmigo. -Sara recordó lo mucho que irritaba a la tía Zoie el
que ella tratara de ayudada a completar una frase.
Es una maravillosa anciana, ha vivido una vida larga y
satisfactoria. Nada indica que se siente desgraciada. -Eso hace que me sienta
bien.
Es posible que viva tal como desea.
-Eso también hace que me sienta bien.
Seguro que podría contarme un montón de historias
interesantes sobre las cosas que ha visto. Iré a visitarla de vez en cuando
para comprobarlo.
-Eso hace que me sienta muy bien,
Salomón. Creo que a la tía Zoie le gustaría que fuera a verla.
Como ves, Sara, puedes analizar una cuestión, en este
caso la cuestión de la tía Zoie, y concentrarte en distintas circunstancias.
Según cómo te sientas sabrás si la circunstancia es favorable o no.
Sara se sentía mucho mejor.
-Creo que empiezo a entenderlo,
Salomón.
Yo también lo creo, Sara. Ahora que deseas comprenderlo
conscientemente, confío en que tengas muchas oportunidades para comprobarlo.
Diviértete con esto, Sara.
CAPÍTULO VEINTIUNO
Las cosas mejoraban a pasos agigantados. Cada día ofrecía
muchas más cosas buenas que malas.
Me alegro de haber encontrado a Salomón. O de que Salomón
me haya encontrado a mí, pensó Sara a su regreso de la escuela un día en que no
había ocurrido ningún incidente negativo. Mi vida ha mejorado mucho.
Sara se detuvo sobre el puente de la calle Mayor para
apoyarse en la barandilla y contemplar
el caudaloso río, sonriendo satisfecha. Se sentía feliz. Aquel día todo iba como
la seda en el mundo de Sara.
Al oír unos gritos infantiles, Sara alzó la cabeza y vio
a Jason y a Billy corriendo como jamás les había visto correr. Cuando pasaron
frente a ella como una exhalación, Sara dedujo que no habían reparado en su
presencia. Pasaron corriendo a toda velocidad frente a Hoyt's Store,
sujetándose sus gorras. Corrían de una forma tan cómica, que Sara se echó a
reír. Tenían un aspecto ridículo, corriendo a una velocidad tan impresionante que
tenían que sujetarse las gorras para no perderlas. Esos dos siempre tratan de
romper la barrera del sonido, pensó Sara sonriendo, pero notó que ya no la
irritaban como antes.
En realidad Jason y Billy no habían cambiado, pero ya no
conseguían enfurecerla. Al menos, no tanto como antes.
Sara saludó con la mano al señor Matson, que como de
costumbre tenía la cabeza debajo del capó del coche de un cliente, tras lo cual
siguió caminando hacia el bosquecillo de Salomón.
-¡Qué día tan espléndido! -exclamó
Sara en voz alta, alzando la vista para contemplar el hermoso cielo azul de la
tarde y aspirar el aire puro primaveral.
Sara solía sentirse más animada cuando se fundía la
última nieve del invierno y empezaban a asomar la hierba y las flores de la primavera.
El invierno era muy largo en ese lugar, pero no era la desaparición del
invierno lo que animaba a Sara, sino el hecho de que terminaran las clases. Los
tres meses de libertad que se avecinaban eran motivo más que suficiente para
que Sara se alegrara. Pero sabía que su alegría no tenía que ver con el hecho
de que estuviera a punto de terminar el curso, sino con el descubrimiento de su
válvula. Había aprendido a mantenerla abierta en cualquier circunstancia.
Me encanta sentirme libre, pensó Sara. Me encanta
sentirme bien. Me encanta no temer nada...
-¡Ayyyy! -gritó de pronto, saltando
para no tropezar con la serpiente más gigantesca que jamás había visto, la cual
estaba extendida cuan larga era, y era larguísima, en el camino. Tras aterrizar
en el suelo, Sara echó correr como alma vendida al viento, sin detenerse un
instante hasta cerciorarse de haber dejado bien atrás a la serpiente.
»Quizá no sea tan valiente como creía -dijo Sara, riéndose
de sí misma. Luego rompió a reír a carcajadas al comprender el motivo que había
puesto en fuga a Jason ya Billy y sus pocas ganas de detenerse para cincharla.
Cuando llegó al bosquecillo de Salomón, aún se reía.
Salomón esperaba a Sara ilusionado y pacientemente. Te
veo hoy muy alegre, Sara.
-¡Últimamente me ocurren unas cosas
muy extrañas, Salomón! Justo cuando empezaba a pensar que comprendía una cosa,
ocurría algo que me demostraba que no entendía nada. Había empezado a pensar
que era muy valiente, que nada me asustaba, pero ha ocurrido algo que me ha
dado un susto de muerte. ¡Qué raro es todo esto, Salomón!
No pareces muerta de miedo, Sara.
-Bueno, quizá haya exagerado un poco,
porque, como puedes ver, no estoy muerta...
Me refería a que no pareces asustada. Te veo muy alegre y
risueña.
-Ahora me río, pero cuando me topé con
una serpiente gigantesca en el camino, dispuesta a morderme, no me reí en
absoluto. Pensaba en lo valiente e intrépida que me he vuelto, cuando de pronto
sentí pánico y eché a correr como si me persiguiera el diablo.
Entiendo, respondió Salomón. No seas demasiado dura
contigo misma, Sara. Es muy normal reaccionar de esa forma cuando te enfrentas
a una circunstancia que te desagrada. No es tu reacción inicial a algo lo que
marca el tono de tu vibración, ni de tu punto de atracción, lo que influye de
modo decisivo es lo que hagas más tarde.
-¿Qué quieres decir?
¿Por qué crees que te asustaste al ver
la serpiente? -¡Pues porque era una serpiente, Salomón! ¡Esos bichos me
horripilan! Te muerden y hacen que te pongas enferma, hasta pueden matarte.
Algunas se enroscan alrededor de tu cuerpo y te asfixian -declaró Sara, muy
ufana, recordando los detalles de un horripilante documental sobre la naturaleza
que había visto en la escuela.
Sara se detuvo para recuperar el resuello y tratar de
calmarse. Sus ojos centelleaban y el corazón le latía con violencia.
¿Crees que estas palabras que has
pronunciado hacen que te sientas mejor o peor, Sara?
La niña reflexionó unos momentos antes de responder.
Estaba tan excitada y ansiosa de explicar el efecto que le producían las
serpientes, que no se había parado a pensar en cómo le afectaban sus palabras.
A eso me refería cuando dije que lo más importante es lo
que hagas más tarde, Sara. Mientras hablas sin parar sobre esa y otras
serpientes y todas las cosas horribles que pueden hacerte, permaneces en una
vibración negativa, lo cual indica que es muy probable que atraigas otras
experiencias desagradables relacionadas con serpientes.
_ ¿Pero qué puedo hacer, Salomón? ¡Si
hubieras visto a esa serpiente gigantesca! Por poco tropiezo con ella.
Cualquiera sabe lo que me habría hecho... y dale. Sigues imaginando, Y
manteniendo como tu imagen de pensamiento, algo que no deseas.
Sara guardó silencio. Sabía a qué se refería Salomón,
pero no sabía qué hacer al respecto. La serpiente era tan enorme, la había
tenido tan cerca Y le había dado tanto miedo, que no podía plantearse el asunto
de otro modo.
-De acuerdo, Salomón, dime qué habrías
hecho tú si fueras una niña y por poco pisas una serpiente gigantesca.
En primer lugar, Sara, ten presente que tu objetivo, ante
todo, es hallar un punto en el que te sientas mejor. Si te concentras en otro
objetivo, te desviarás del camino que debes seguir. Si tratas de adivinar dónde
se ocultan todas las serpientes, te sentirás peor.
Si te propones mantenerte ojo avizor para no volver a
tropezarte con otra serpiente, te sentirás agobiada. Si tratas de aprender a
identificar a todas las serpientes, para clasificar/as como buenas o malas, te
sentirás abrumada ante una tarea tan ingente. Si tratas de analizar las
circunstancias, sólo conseguirás sentirte peor. Tu único objetivo es tratar de
enfocar este asunto de forma que te sientas mejor de lo que te sentías cuando pegaste
un salto y echaste a correr para huir de la serpiente.
-¿Y qué debo hacer, Salomón?
Repetirte algo como: «Esta gigantesca serpiente está
tumbada al sol. Se alegra de que el invierno haya terminado, y le gusta tomar
el sol, lo mismo que a mí».
-Pero eso no hace que me sienta mejor.
Entonces repite: «Esta gigantesca serpiente no siente el
menor interés por mí. Ni siquiera alzó la vista cuando pasé coarriendo junto a
ella. Tiene otras cosas que hacer que dedicarse a morder a las niñas».
-Eso sí hace que me sienta mejor. ¿Qué
más? «Siempre ando con cautela, continuó Salomón. Menos mal que vi a la
serpiente, o intuí su presencia y salté sobre ella para no importunarla. La
serpiente habría hecho lo mismo para no tropezar conmigo. »
-¿Tú crees que eso es lo que habría
hecho la serpiente, Salomón? ¿Cómo lo sabes?
Hay multitud de serpientes a tu alrededor, Sara. Habitan
en el río, entre la hierba que Pisas. Cuando pasas junto a ellas, se apartan de
tu camino. Saben que hay espacio suficiente para todos. Conocen el equilibrio
perfecto de tu planeta físico. Ellas también mantienen sus válvulas abiertas,
Sara.
-¿Las serpientes tienen unas válvulas?
Por supuesto. Todos los animales de tu planeta tienen
válvulas. Y por lo general las mantienen abiertas.
-Hummm -murmuró Sara, sintiéndose
mucho mejor.
¿Ves cómo te sientes más animada? Nada ha cambiado.
La serpiente sigue tumbada en el lugar donde la viste.
Las circunstancias no han cambiado. Lo que ha cambiado es la forma en que te
sientes.
Sara comprendió que Salomón estaba en lo cierto. A partir
de ahora, cuando pienses en serpientes, sentirás una emoción positiva. Se
abrirá tu válvula, y las suyas también. Y seguiréis viviendo en armonía.
Los ojos de Sara brillaban de satisfacción al captar el
significado de las palabras del búho.
-De acuerdo, Salomón. Tengo que irme.
Te veré mañana.
Salomón sonrió cuando Sara echó a andar por el camino
brincando de gozo. De pronto la niña se detuvo y preguntó sin volverse:
-¿Crees que volveré a tener miedo de
las serpientes, Salomón?
Es posible, Sara. Pero si sientes miedo, ya sabes cómo
eliminarlo.
-Es verdad -respondió Sara sonriendo.
Y con el tiempo, añadió Salomón, tu temor desaparecerá
por completo. No sólo el que te inspiran las serpientes, sino todo lo demás.
Durante el camino de regreso a casa después de abandonar
el bosquecillo, Sara contempló la nueva hierba primaveral y se preguntó cuántas
serpientes se ocultarían allí.
Al principio se estremeció un poco ante la terrorífica
perspectiva de que hubiera unas serpientes acechándola entre los matojos de los
caminos que ella recorría, pero luego pensó en lo amables que eran por
permanecer ocultas y apartarse de su camino. Les agradecía que no aparecieran
de sopetón para asustada, como solían hacer Jason Y Billy. Sara sonrió mientras
enfilaba el camino empedrado de su casa y entraba en el jardín. Se sentía
fuerte y triunfante. Se alegraba de haber dejado sus temores atrás. Se sentía
estupendamente.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
-¡Sara, Sara! ¿A que no adivinas lo
que ha pasado? ¡Hemos encontrado a Salomón!
¡No puede ser!, pensó Sara, deteniéndose en la calle
mientras Jason y Billy corrían hacia ella montados en sus bicicletas.
-¿Cómo que habéis encontrado a
Salomón? ¿Dónde lo habéis encontrado? -En el Sendero de Thacker. ¿Ya que no
adivinas qué hemos hecho? ¡Le hemos pegado un tiro! -declaró Jason muy ufano.
Sara se sintió desfallecer y estuvo a punto de caer al
suelo. Sus rodillas apenas la sostenían.
-Estaba posado sobre la cerca, de modo
que le obligamos a alzar el vuelo y Billy le disparó un tiro con su carabina de
aire comprimido. ¡Ha sido increíble, Sara! Pero no es tan grande como
imaginábamos. Es todo plumas.
Sara no daba crédito a sus oídos. El impacto de lo que
acababa de oír era tan intenso, tan importante... Pero lo único que parecía
interesarle a] asan era el hecho de que Salomón fuera menos voluminoso de lo
que había creído. A Sara le parecía que iba a estallarle la cabeza. Dejó la
cartera en el suelo y echó a correr más deprisa de lo que había corrido nunca
hacia el bosquecillo de Salomón.
-¡Salomón! ¡Salomón! ¿Dónde estás?
-gritó Sara desesperada.
Estoy aquí, Sara. No te alarmes.
De pronto Sara vio a Salomón postrado en el suelo como un
pelele.
-¡Ay, Salomón! -exclamó Sara cayendo
de rodillas sobre la nieve-o ¿Qué te han hecho? ¡Estás malherido!
El pobre búho estaba hecho una pena. Era un amasijo de
plumas tiesas y desordenadas y la blanca e inmaculada nieve que le rodeaba
estaba teñida de sangre. - ¡Salomón, Salomón! ¿Qué puedo hacer?
No ha pasado nada grave, Sara, te lo aseguro.
-Pero estás sangrando. Todo está lleno
de sangre. ¿Te pondrás bien?
Por supuesto, Sara. Todo tiene solución.
-No me vengas con esas pamplinas de
que todo tiene solución. ¡Está claro que no es así!
Acércate, Sara, dijo Salomón.
Sara se acercó a rastras hasta donde se hallaba Salomón y
le sostuvo la cabeza con una mano mientras con la otra le acariciaba debajo de
la barbilla. Era la primera vez que tocaba a Salomón, cuyas plumas tenían un
tacto suave. En aquellos momentos parecía muy vulnerable. Unos gruesos
lagrimones rodaron por las mejillas No confundas a este maltrecho montón de
huesos y plumas con lo que realmente es Salomón. Este cuerpo no es sino un
punto focal, o un punto de perspectiva, que deja entrever algo infinitamente
más importante. Al igual que tu cuerpo tampoco eres realmente tú, Sara. No es
sino la perspectiva que utilizas, de momento, para dejar que tu auténtica
persona juegue, se desarrolle y sea feliz.
-Pero yo te quiero, Salomón. ¿Qué haré
sin ti?
¿De dónde sacas esas cosas, Sara? Salomón no va a
desaparecer. ¡Salomón perdurará eternamente!
-¡Te estás muriendo, Salomón!
-protestó Sara, sintiéndose más herida de lo que jamás se había sentido.
Escúchame, Sara. No voy a morir, porque la muerte no
existe. Es cierto que no volveré a utilizar este cuerpo, de momento, pero de
todos modos empezaba a estar muy viejo y achacoso. Padezco artrosis en el
cuello desde el día en que traté de girar la cabeza por completo para complacer
a los nietos de Thacker.
Sara se echó a reír sin dejar de llorar. Salomón siempre
lograba hacerla reír, incluso en los momentos más trágicos.
Nuestra amistad durará eternamente, Sara. De modo que
cuando quieras charlar con Salomón, no tienes más que identificar el tema que
quieras comentar, concentrarte en él, situarte en un punto en el que te sientas
a gusto y yo estaré a tu lado.
-¿Me lo prometes, Salomón? ¿De verdad,
podré verte y tocarte?
Probablemente no, Sara. Al menos durante un tiempo, pero
en cualquier caso nuestra amistad no se basaba en eso.
Tú y yo somos amigos mentales.
Tras esas últimas palabras, el maltrecho cuerpo de
Salomón se desplomó sobre la nieve y sus grandes ojos se cerraron.
-¡No! -El grito de Sara reverberó a
través del prado-o ¡No me dejes, Salomón!
Pero Salomón no respondió.
Sara se levantó, sin dejar de contemplar el cuerpo inerte
de Salomón. Parecía muy pequeño tendido sobre la nieve mientras el viento
agitaba suavemente su plumaje.
Sara se quitó el abrigo y lo depositó sobre la nieve
junto a Salomón. Luego lo alzó con cuidado, abrió su abrigo y lo envolvió en
él. A continuación, sin reparar en que hacía mucho frío, la niña echó a andar
por el Sendero de Thacker transportando a Salomón en brazos.
Nuestra amistad durará eternamente, Sara. De modo que
cuando desees charlar con Salomón, no tienes más que identificar el tema que
deseas comentar, concentrarte en él, situarte en un punto en el que te sientas
a gusto y yo estaré a tu lado, repitió Salomón, pero Sara no le oyó.
CAPÍTULO VEINTITRÉS
Sara no sabía qué hacer ni cómo explicar a sus padres
quién era Salomón, ni lo importante que su amistad era para ella. Tenía la
cabeza como un bombo y se arrepentía de no haber hablado a sus padres sobre
Salomón, porque ahora no sabía cómo explicarles la tragedia que su muerte
representaba para ella. Había dependido por completo de Salomón para que la
aconsejara y consolara, cortando prácticamente esos vínculos con su familia, y
ahora tenía que enfrentarse a la pérdida de su amigo. Sara se sentía
completamente sola, sin saber a quién acudir.
No sabía qué hacer con Salomón. El suelo seguía cubierto
por una dura capa de hielo, de modo que no podía cavar una fosa para
enterrarlo. La perspectiva de arrojado a la caldera de carbón, como había visto
hacer a su padre con cadáveres de pájaros y ratones, era demasiado atroz para
pensar siquiera en ella.
Sara permanecía sentada en los escalones de la entrada de
su casa, sosteniendo a Salomón en brazos, llorando a lágrima viva, cuando el
coche de su padre se detuvo en el camino empedrado. Su padre se apeó
apresuradamente, sosteniendo la cartera empapada de Sara y los desvencijados
libros de texto que ésta había dejado olvidados junto al sendero.
-El señor Matson me llamó al despacho,
Sara. Encontró tu cartera y tus libros junto al sendero. ¡Temíamos que te
hubiera ocurrido algo malo! ¿Estás bien?
Sara se limpió la cara, avergonzada de que su padre la
viera en ese estado.
Quería ocultar a Salomón, seguir manteniéndolo en
secreto, pero al mismo tiempo deseaba contárselo todo a su padre confiando en
que eso la consolaría.
-¿Qué ha ocurrido, Sara? ¿Qué pasa,
tesoro?
-¡Ay, papá! -contestó Sara-o Jason y
Billy han matado a Salomón.
-¿Salomón? -preguntó su padre mientras
Sara abría su abrigo para mostrarle a su difunto amigo.
-Lo siento mucho, Sara. -El hombre no
sabía por qué ese búho muerto era tan importante para la niña, pero estaba
claro que padecía un auténtico trauma. Jamás había visto a su hija tan
desesperada. Deseaba abrazarla y besada para consolada, pero sabía que lo que
había ocurrido era tan grave para ella, que no podría consolada de ese modo.
Entrégame a Salomón, Sara. Cavaré una fosa detrás del
gallinero para enterrado. Entra en casa, hace mucho frío.
Entonces Sara se percató de que estaba helada. A
regañadientes, depositó en brazos de su padre el preciado cuerpo de Salomón. Se
sentía débil y profundamente apenada. Se quedó sentada en los escalones de la
entrada, mirando a su padre mientras se alejaba portando en brazos a su hermoso
Salomón. Sara sonrió con amargura sin dejar de llorar al observar la seriedad y
la delicadeza con que su padre transportaba el cuerpo del ave, como si
comprendiera lo valioso que era para ella.
Sara se tumbó en la cama, vestida. Se quitó los zapatos y
los dejó caer al suelo y lloró con la cara sepultada en la almohada, hasta que
al cabo de un rato se quedó dormida.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
Sara se encontró en un extraño bosquecillo, rodeada por
unas preciosas flores primaverales mientras unos pájaros y unas mariposas de
brillante colorido revoloteaban alrededor de ella.
Bien, Sara, parece que hoy tienes mucho que contarme,
dijo Salomón.
-¡Salomón! -gritó Sara eufórica-o ¡No
estás muerto! ¡Ay, Salomón, cuánto me alegro de verte!
¿Por qué te sorprendes, Sara? Ya te dije que la muerte no
existe.
¿Y bien, Sara, de qué quieres que hablemos?, preguntó
Salomón con calma, como si no hubiera ocurrido nada de particular.
-Ya sé que me dijiste que la muerte no
existe, Salomón, pero parecías estar muerto. Tu cuerpo estaba inerte y pesado,
tenías los ojos cerrados y no respirabas.
Estabas acostumbrada a ver a Salomón de una cierta forma,
pero ahora tienes la oportunidad -porque tu deseo es mayor que antes - de ver a
Salomón de una forma más amplia. Más universal.
-¿A qué te refieres?
Por regla general las personas sólo ven a través de sus
ojos físicos, pero ahora tienes la oportunidad de ver las cosas a través de
unos ojos más amplios, los ojos de la auténtica Sara que habita dentro de la Sara física.
-¿Quieres decir que hay otra Sara
dentro de mí, como el Salomón que vive dentro de mi Salomón?
Así es, Sara. Y esa Sara interior vivirá eternamente. Esa
Sara interior jamás morirá, al igual que este Salomón interior, el que ves aquí,
jamás morirá.
-Eso suena estupendamente, Salomón.
¿Volveré a verte mañana en el Sendero de Thacker?
No, Sara, no estaré allí. La niña frunció el ceño.
¡Piensa en ello, Sara! Cada vez que desees charlar con
Salomón, podrás hacerlo.
Estés dónde estés. Ya no tendrás que ir al bosquecillo.
Sólo tendrás que pensar en Salomón -y reacordar lo que sientes cuando conversas
con él- y acudiré para charlar contigo.
-Me alegro, Salomón. Pero me
encantaban los ratos que pasábamos juntos en el bosquecillo. ¿Seguro que no
puedes volver allí, como antes?
Te aseguro que nuestra forma de comunicarnos te gustará
Sara y la amistad eterna... aún más que los buenos ratos que pasábamos en el
bosquecillo. Podremos comunicarnos cómo y cuándo queramos. Ya lo verás. Lo
pasaremos estupendamente.
-Muy bien, Salomón. Te creo. Buenas
noches, Sara.
-¡Salomón! -exclamó Sara, que no
quería que su amigo la dejara tan pronto.
¿Qué, Sara?
-Gracias por no haber muerto. Buenas
noches, Sara. Todo va bien.
SEGUNDA PARTE
La feliz y eterna relación de Sara y
Salomón en el más allá
CAPÍTULO VEINTICINCO
-¿Estás enfadado con Jason y Billy por
haber disparado contra ti, Salomón?
¿'Por qué me lo preguntas, Sara? ¿Quieres que esté
enfadado con ellos?
-¡Pero ellos te tirotearon! -contestó
Sara asombrada. ¿Cómo era posible que Salomón no comprendiera su pregunta, y
cómo era posible que no estuviera enfadado con ellos por haber hecho algo tan
horrible?
No, Sara. Cuando pienso en Jason y Billy les aprecio por
haberme llevado hasta ti.
-¿Pero no crees que el hecho de que
dispararan Contra ti es más importante que eso?
Lo único importante es que me siento bien, Sara. No puedo
sentir ira contra Jason y al mismo tiempo sentirme bien.
Lo más importante es que mantenga mi válvula abierta,
Sara, para poder elegir siempre unos pensamientos que hagan que me sienta bien.
-Espera un momento, Salomón.
¿Pretendes decir que por mala que sea una persona, y por horribles que sean las
cosas que haga, no piensas en esas cosas? ¿Qué nadie comete nunca un acto tan
horrible como para que tú te enfades con esa persona?
Obran de buena fe, Sara.
-¡Venga ya! ¡Ellos te tirotearon! ¿Es
que ni siquiera el hecho de que quisieran matarte te parece lo suficientemente
grave?
Permite que te haga unas preguntas, Sara. ¿Crees que si
me enfadara con Jason y Billy por haber disparado contra mí dejarían de
disparar contra otros animales?
Sara calló. No creía que el enojo de Salomón influyera en
Jason y Billy. Ella se había enojado con ellos multitud de veces por disparar
contra animales, pero no había conseguido nada.
-No, Salomón. Supongo que no. ¿Crees
que mi enojo serviría de algo? Sara reflexionó también sobre eso.
Si me enojara con ellos, quizá pensaras que tu ira estaba
justificada, pero lo único que yo conseguiría es unirme a tu cadena de dolor,
lo cual no me beneficiaría en absoluto.
-Pero Salomón -protestó la niña-, creo
que...
Sara, le interrumpió Salomón, podríamos pasarnos todo el
día y toda la noche hablando sobre qué actos son justos y qué actos son
injustos. Podrías pasarte el resto de tu vida tratando de descifrar qué
conductas son correctas o incorrectas, y en qué circunstancias son correctas o
incorrectas. Pero yo he comprobado que todo el tiempo, incluso estos momentos,
que dedicamos a tratar de justificar el que nos sintamos mal, es una pérdida de
tiempo. Y también he comprobado que cuanto antes consigo alcanzar ese punto en
el que me siento bien, más satisfecho me siento de mi vida y más cosas positivas
puedo ofrecer a los demás.
Así pues, a través de muchos años de vida y experiencias,
he llegado a la conclusión de que puedo elegir unos pensamientos que cierren mi
válvula o unos pensamientos que la abran, pero en cualquier caso se trata de
una elección que sólo depende de mí. Por consiguiente, hace tiempo que dejé de
culpar a Jason y a Billy por lo ocurrido, porque no me beneficia ni a mí ni a
ellos.
Sara guardó silencio. Tenía que meditar sobre lo que
acababa de decide Salomón. Había decidido que jamás perdonaría a Jason por la
atrocidad que había cometido, pero Salomón se negaba a compartir con ella ese
sentimiento de condena contra Jason.
Recuerda, Sara, que si dejas que las circunstancias que
te rodean controlen la forma en que te sientes, siempre estarás atrapada. Pero
cuando seas capaz de controlar la forma en que te sientes -porque también
controlas tus pensamientos - te sentirás auténticamente liberada.
Sara recordó que Salomón le había dicho en cierta ocasión
algo parecido, pero entonces no se enfrentaban a un hecho tan espantoso. Esto
era demasiado grave como para que
En este ancho mundo, en el que millones de personas
sostienen diversos criterios sobre lo que está bien y lo que está mal, con
frecuencia presenciarás conductas que te parecerán impropias. ¿Vas a exigir que
todas esas personas cambien de forma de pensar
y de obrar sólo para complacerte? ¿Es eso lo que querrías
hacer, suponiendo que pudieras?
La idea de que todo el mundo se comportara de forma que
la complaciera atraía a Sara en cierto modo, pero en el fondo sabía que era
imposible.
-Supongo que no.
¿Entonces qué alternativa te queda?
¿Ocultarte en un rincón para evitar presenciar conductas que puedan
disgustarte, convertirte en una prisionera en este maravilloso mundo?
Esa opción no le apetecía nada, pero Sara reconoció
ciertos vestigios de esa conducta en un pasado no muy lejano, cuando solía
apartarse, mentalmente, de los demás, replegándose en sí misma y manteniendo a
todos, o casi todos, alejados de ella.
No eran unos tiempos felices, recordó Sara.
Cuando consigas mantener abierta tu válvula experimentarás
una profunda alegría, Sara. Cuando seas capaz de reconocer que millones de
personas eligen cosas distintas, sostienen opiniones distintas, tienen
distintos deseos, se comportan de forma distinta, y cuando comprendas que esto
contribuye a crear un todo más perfecto, que nada de ello representa una
amenaza para ti -porque lo único que te afecta es lo que hagas con tu válvula -
conseguirás vivir feliz y en libertad.
-Pero, Salomón, Jason y Bil1y hicieron
algo más que amenazarte. Te tirotearon.
¡Te mataron!
De modo que aún no has superado eso, Sara. ¿Pero no ves
que no estoy muerto?
Estoy vivo y coleando. ¿Acaso creías que yo deseaba vivir
eternamente dentro del viejo y achacoso cuerpo de un búho?
Sara comprendió que Salomón le estaba tomando el pelo,
porque no parecía ni viejo ni achacoso.
Sentí una gran alegría cuando me desembaracé de ese
cuerpo físico, sabiendo que siempre que lo deseara podía derramar mi energía
sobre otro más joven, más fuerte, más ágil. -¿Pretendes decir que querías que
Jason y Billy te tirotearan?
Se trata de una cocreación, Sara. Por eso dejé que me
vieran. Para que cocrearan esta importante experiencia. N o sólo por mí, sino
también por ti, Sara.
Sara se sentía tan abrumada por todo lo ocurrido desde la
muerte de Salomón que no había tenido tiempo de reflexionar sobre cómo habían
logrado Jason y Bil1y dar con él.
Lo importante, Sara, es que comprendas en primer lugar
que todo va bien, al margen de cómo lo veas desde tu perspectiva física. Y
segundo, que cada vez que abras tu válvula, sólo te ocurrirán cosas buenas.
Procura apreciar a Jason y a Billy, como yo les aprecio.
Te sentirás mucho mejor.
¡Ni en un millón de años! , pensó Sara, sonriendo ante
esa reacción negativa.
-Pensaré en ello, porque tú me lo
pides. Pero esto es muy diferente de 10 que yo solía pensar. Siempre había oído
decir que cuando alguien hace algo malo, debe ser castigado por ello.
El problema con esa forma de pensar, Sara, es que las
personas no conseguís poneros de acuerdo sobre lo que está bien y lo que está
mal. La mayoría creéis tener razón, por tanto los otros deben de estar
equivocados. Los seres físicos llevan muchos años matándose unos a otros,
discutiendo precisamente sobre esa cuestión. Pero pese a las innumerables
guerras y asesinatos que se han producido en tu planeta a lo largo de los años,
no habéis logrado poneros de acuerdo. Sería preferible que prestarais atención a
vuestras válvulas. La vida sería infinitamente más agradable.
-¿Crees que las personas aprenderán a
mantener abiertas sus válvulas? ¿Crees que todo el mundo aprenderá a hacerla?
-preguntó Sara, impresionada por la magnitud de esa empresa.
Eso no importa, Sara. Lo único que importa es que
aprendas a hacerla tú.
Eso no parecía muy difícil.
-De acuerdo, Salomón, seguiré
practicando. Buenas noches, Sara. He disfrutado mucho con nuestra conversación.
-Yo también, Salomón. Buenas noches.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
Jason y Billy pasaron a toda velocidad junto a Sara
montados en sus bicicletas, gritando frases desagradables. Sara sonrió cuando
pasaron junto a ella, reconociendo asombrada que se habría sentido decepcionada
si no se hubieran comportado tan mal como de costumbre y que, curiosamente, los
tres eran los cocreadores de este juego en el que participaban. El juego de
«soy tu odioso hermano menor y éste es mi odioso colega, y nuestra tarea
consiste en amargarte la vida y la tuya en reaccionar con desesperación».
Qué raro, pensó Sara. No debería disfrutar jugando con
ellos. ¿Qué está pasando?
Al cabo de un rato, mientras seguía caminando hacía su casa,
Sara estuvo a punto de doblar la esquina como solía hacer para dirigirse al
bosquecillo de Salomón, olvidando durante unos instantes que ya no se reunían
allí. Ese pensamiento le hizo recordar la muerte de Salomón a manos de Jason y
Billy, y la reacción de Salomón ante el hecho de que esos despreciables críos
le hubieran abatido de un tiro. De pronto a Sara se le ocurrió una reflexión de
gran envergadura.
Jason y Billy mataron a Salomón de un tiro, pero Salomón
sigue queriéndoles.
Salomón es capaz de mantener su válvula abierta incluso
en esas circunstancias, de modo que quizá yo también esté aprendiendo a
hacerlo. Quizá mi vida se ha convertido en algo tan valioso para mí que ya no
me importa lo que otros hagan o digan.
Sara sintió que se le ponía la carne de gallina.
Experimentó un intenso gozo y un cosquilleo por todo el cuerpo, y comprendió
que había llegado a una conclusión muy importante.
Esto es bueno, pensó Sara. Estoy totalmente de acuerdo
contigo, oyó decir a Salomón.
-Hola, Salomón. -¿Dónde estás?
-preguntó Sara, ansiosa de contemplar a su entrañable amigo mientras charlaba
con él.
Estoy aquí, respondió Salomón, despachando rápidamente la
pregunta para pasar a otros asuntos más interesantes. Acabas de dar con el
secreto más importante de la vida. Has empezado a comprender lo que significa
el amor incondicional.
-¿Amor incondicional?
Sí, Sara, has empezado a comprender que amas. Eres una
extensión física de la energía pura y positiva no física, o amor. A medida que
seas capaz de permitir que esa pura energía de amor fluya, al margen de las
circunstancias, a pesar de lo que te rodea, alcanzarás el amor incondicional.
Entonces, y sólo entonces, te convertirás en la extensión de la persona que
realmente eres y has llegado a ser. Entonces, y sólo entonces, habrás cumplido
el auténtico propósito de tu existencia. Esto es magnífico, Sara.
Sara se sentía eufórica. No comprendía la magnitud de lo
que Salomón le había dicho, pero a tenor del entusiasmo con que éste se
expresaba, dedujo que debía de ser algo muy importante y estaba convencida de
que Salomón se sentía muy satisfecho de ella.
Bien, Sara, sé que esto te parecerá un poco extraño al
principio. Representa una orientación totalmente nueva para la mayoría de la
gente, pero hasta que no consigas comprenderlo, nunca serás realmente feliz. En
todo caso, no durante mucho tiempo.
Siéntate un ratito y presta atención mientras trato de
explicarte lo que significa.
Sara buscó un lugar seco y soleado y se sentó en el suelo
para escuchar a Salomón. Le encantaba el sonido de la voz del búho.
Hay un torrente de energía pura y positiva que fluye
hacia ti en todo momento. Algunos lo llaman fuerza vital. Tiene muchos nombres,
pero en cualquier caso es el flujo de energía que creó tu planeta. Y ese flujo
de energía sigue sosteniendo a tu hermoso planeta. Ese flujo de energía hace
que tu planeta siga girando en su órbita en perfecta proximidad con otros
planetas. Ese flujo mantiene el equilibrio perfecto de tu microbiología. Ese
flujo mantiene el equilibrio perfecto del agua en tu planeta. Ese flujo hace
que tu corazón siga latiendo, incluso mientras duermes. Es un maravilloso y
potente flujo de bienestar, Sara, y todos recibís este flujo cada minuto del día
y de la noche.
-¡Córcholis! -exclamó Sara suspirando
al tiempo que trataba de comprender el significado de ese maravilloso y potente
flujo.
Te aseguro que todos desearían beneficiarse de él, Sara,
si comprendieran en qué consiste. Nadie se resiste a él deliberadamente. Pero las
personas adquieren unas de otras unos hábitos que hacen que se resistan a ese
flujo de bienestar.
-¿Por ejemplo?
La causa principal de que las personas se resistan a ese
flujo de bienestar es el hecho de contemplar lo que han creado otros que se han
resistido a él.
Sara se quedó perpleja. No acababa de entenderlo. Verás,
Sara, cuando prestas atención a algo, por el mero hecho de observarlo empiezas
a vibrar junto con ello, por así decir, mientras lo observas. De modo que si
contemplas una enfermedad, durante el tiempo que la observas, o hablas sobre
ella, o piensas en ella, no permites que te llegue el flujo de bienestar.
Tienes que contemplar el bienestar para permitir que éste llegue a ti.
-¡Ah! Eso es como lo de las aves del
mismo plumaje que comentamos un día, ¿verdad? -preguntó Sara más animada.
Sí, Sara. Tiene que ver con la ley de la atracción
universal. Si quieres atraer el bienestar, tienes que vibrar al ritmo del
bienestar. Pero si prestas atención a alguien que está enfermo, no puedes dejar
que el bienestar llegue a ti al mismo tiempo.
Sara hizo un mohín mientras reflexionaba sobre lo que
Salomón le había dicho.
-Pero, Salomón, yo creía que tenía que
ayudar a las personas que están enfermas.
¿Cómo puedo ayudarlas si no las miro?
Puedes mirar/as, Sara, pero no debes verlas como personas
Como persona que vives en tu planeta, puedes aceptar o resistirte en todo momento
a ese maravilloso flujo. Puedes dejar que llegue a ti y fluya a través tuyo o rechazarlo.
-¿Por qué iba nadie a rechazado? Te
aseguro que todos desearían beneficiarse de él, Sara, si comprendieran en qué
consiste. Nadie se resiste a él deliberadamente. Pero las personas adquieren
unas de otras unos hábitos que hacen que se resistan a ese flujo de bienestar.
-¿Por ejemplo?
La causa principal de que las personas se resistan a ese
flujo de bienestar es el hecho de contemplar lo que han creado otros que se han
resistido a él.
Sara se quedó perpleja. No acababa de entenderlo. Verás,
Sara, cuando prestas atención a algo, por el mero hecho de observarlo empiezas
a vibrar junto con ello, por así decir, mientras lo observas. De modo que si
contemplas una enfermedad, durante el tiempo que la observas, o hablas sobre
ella, o Piensas en ella, no permites que te llegue el flujo de bienestar.
Tienes que contemplar el bienestar para permitir que éste llegue a ti.
-¡Ah! Eso es como lo de las aves del
mismo plumaje que comentamos un día, ¿verdad? -preguntó Sara más animada.
Sí, Sara. Tiene que ver con la ley de la atracción
universal. Si quieres atraer el bienestar, tienes que vibrar al ritmo del
bienestar. Pero si prestas atención a alguien que está enfermo, no puedes dejar
que el bienestar llegue a ti al mismo tiempo.
Sara hizo un mohín mientras reflexionaba sobre lo que
Salomón le había dicho.
-Pero, Salomón, yo creía que tenía que
ayudar a las personas que están enfermas.
¿Cómo puedo ayudarlas si no las miro?
Puedes mirarlas, Sara, pero no debes verlas como personas
enfermas, sino como personas que se están recuperando. O mejor aún, debes
verlas como si estuvieran restablecidas o recordar los momentos en que gozaban
de buena salud. De esa forma, no las utilizas como disculpa para impedir que el
flujo de bienestar llegue a ti.
A las personas no les resulta fácil asimilar esto, Sara,
porque están acostumbradas a observar todo cuanto les rodea. Si supieran que
cada vez que miran algo que hace que sientan una emoción negativa ese
sentimiento indica que están impidiendo que el flujo de bienestar llegue a
ellas, la mayoría de personas no estarían dispuestas a contemplar cosas que les
hicieran sentirse mal.
Durante unos instantes, mientras estás aquí, no trates de
comprender lo que hace la mayoría de las personas, Sara. Escucha lo que vaya
decirte. Existe un torrente constante de bienestar que fluye sistemáticamente
hacia ti en todo momento. Cuando te sientes bien, significa que permites que
ese flujo llegue a ti, y cuando te sientes mal, lo rechazas. Pues bien, ahora
que lo has comprendido, c' qué es lo que deseas por encima de todo?
-Quiero sentirme tan bien como pueda.
Excelente. Ahora digamos que estás mirando la televisión
y ves algo que hace que te sientas mal.
-¿Como cuando alguien muere tiroteado
o asesinado, o sufre un accidente?
Eso mismo. Cuando ves eso, Sara, y te sientes mal,
¿comprendes qué está pasando?
A Sara le brillaron los ojos.
-Sí, Salomón, estoy oponiendo
resistencia al flujo.
Exactamente. Cuando ves una cosa así, y te sientes mal,
significa que te estás resistiendo al flujo de bienestar. Cada vez que dices
NO, lo estás rechazando y por tanto resistiéndote a él.
Cuando alguien dice NO al cáncer, en realidad está
rechazando el flujo de bienestar. Cuando alguien dice NO a unos asesinos, está
rechazando el flujo de bienestar. Cuando alguien dice NO a la pobreza, está
rechazando el flujo de bienestar, porque cuando prestas atención a algo que no
deseas, estás vibrando junto con ello, lo cual significa que te estás
resistiendo a lo que deseas. Por tanto, la clave consiste en identificar lo que
no quieres, brevemente, para centrarte de inmediato en lo que deseas y decir
SÍ.
-¿Y ya está? ¿Es lo único que debo
hacer? ¿Decir SÍ en lugar de NO? -A Sara le sonaba increíblemente sencillo-o
¡Es muy fácil, Salomón! -exclamó entusiasmada-.
¡Puedo conseguirlo sin ningún problema! ¡Cualquiera puede
hacerla!
Salomón gozó al contemplar el entusiasmo que le producía
a Sara ese descubrimiento.
Sí, Sara, puedes hacerla sin ningún problema. Yeso es lo
que debes enseñar a los demás. Practica durante unos días. Presta atención a tu
persona y a los que te rodean y observarás que la mayoría de las personas
soléis decir NO con más frecuencia que SÍ.
Al cabo de un tiempo observarás las cosas que hace la
gente para resistirse al flujo de bienestar que es natural. Diviértete con
esto, Sara.
CAPÍTULO VEINTISIETE
Durante todo el día siguiente Sara no dejó de pensar en
lo que Salomón le había explicado. Le entusiasmaba haber comprendido una cosa
que Salomón consideraba tan importante, pero a medida que pasaba el tiempo
desde su última conversación con el búho, empezó a dudar de haber entendido
bien lo que éste pretendía enseñarle. No obstante, Sara recordó que Salomón le
había animado a observar a los demás, para comprobar que decían con más
frecuencia NO que SÍ, de modo que decidió prestar más atención a ese detalle.
-No te retrases esta tarde, Sara -le
advirtió su madre-o Vienen unos invitados a cenar y tienes que ayudarme. No
queremos que nuestros invitados vean la casa patas arriba, ¿verdad?
-De acuerdo -respondió Sara de mala
gana. No le apetecía en absoluto que vinieran unos invitados a cenar. -Lo digo
en serio, Sara. ¡No te retrases!
Sara se detuvo en la puerta, gratamente sorprendida de
haber hallado una prueba, al principio de la jornada, que confirmaba lo que le
había dicho Salomón. Se movió pausadamente, con mirada inexpresiva, mientras
repasaba lo que recordaba sobre las explicaciones de Salomón, dejando sin
querer que entrara una ráfaga de aire frío a través de la puerta abierta.
-¡Por el amor de Dios, Sara! No te
quedes ahí parada, que entra frío! Vete si no quieres llegar tarde a la
escuela.
¡Esto es increíble!, pensó Sara. En
los últimos dos minutos su madre había pronunciado cinco afirmaciones
inequívocas sobre lo que no deseaba y Sara no recordaba una sola afirmación que
indicara lo que su madre deseaba. Y lo más asombroso era que su madre ni
siquiera se había dado cuenta de ello.
Cuando Sara bajó los escalones del porche vio que su
padre acababa de retirar la nieve de la acera.
-¡Ten cuidado, Sara, que el camino
está resbaladizo! No vayas a caerte.
Sara sonrió satisfecha. ¡Jolín! ¡Esto es increíble! --¿Me
has oído, Sara? Te he dicho que tengas cuidado no vayas a caerte.
En realidad Sara no había oído a su padre expresar una
rotunda negativa, pero sus palabras indicaban claramente lo que no deseaba.
En la mente de Sara bullía una multitud de pensamientos.
Deseaba expresar lo que quería.
-No me pasará nada, papá --dijo-o No
me caigo nunca.
¡Ojo!, pensó Sara. Eso no es decir claramente SÍ.
Deseando ser el mejor ejemplo positivo para su padre, Sara se detuvo, se volvió
hacia él y dijo:
-Gracias, papá, por limpiar la nieve
del camino.
Así no me caeré.
Sara soltó la carcajada al oírse decir que «no» se caería
cuando pretendía pronunciar una frase afirmativa. ¡Esto no es tan fácil!,
pensó. Luego volvió a echarse a reír y, casi sin darse cuenta, dijo en voz
alta:
-¿Que no va a ser fácil? ¡Jolín,
Salomón, tenías razón!
Cuando Sara se hallaba a unos cien metros de la entrada
de su casa oyó cerrarse la puerta principal de un portazo y vio a Jason echar a
correr a toda velocidad, sosteniendo la cartera con una mano y sujetándose la
gorra con la otra, hacia ella. Sara dedujo, por la velocidad que llevaba su
hermano y la expresión maliciosa de sus ojos, que se proponía chocar con ella,
por detrás, como había hecho multitud de veces, justo lo suficiente para
hacerle dar un traspié y enfurecerla.
-¡No se te ocurra, Jason! -gritó Sara
anticipándose a los propósitos de su hermano- ¡No lo hagas, Jason, te lo
advierto! -chilló con todas sus fuerzas.
Qué pesadez, pensó Sara. He vuelto a hacerla. No dejo de
pronunciar la palabra NO aunque no quiera. ¡Y dale con el NO! A Sara le
desesperaba no poder controlar lo que decía.
Jason pasó junto a Sara rozándola y siguió corriendo.
Cuando la hubo adelantando una manzana, Sara se relajó y siguió andando hacia
el colegio a su paso habitual, pensando en los increíbles acontecimientos que
había presenciado durante los últimos diez minutos.
Sara decidió redactar una lista de todos los noes que
había oído para comentada luego con Salomón. Sacó un pequeño cuaderno de la
cartera y escribió:
• NO TE RETRASES.
• NO QUEREMOS QUE VEAN LA CASA PATAS ARRIBA.
• NO DEJES QUE ENTRE EL AIRE FRÍO.
• NO LLEGUES TARDE A LA ESCUELA. NO VAYAS A
CAERTE.
• NO SERÁ FÁCIL.
• NO SE TE OCURRA, JASÓN.
Sara oyó al señor Jorgensen gritar a dos chicos en la
clase.
-¡No corráis por el pasillo!
Sara lo añadió a la lista de noes. Cuando estaba
anotándolo en el cuaderno, con la espalda apoyada en su taquilla, pasó frente a
ella el maestro de otra clase y le dijo:
-Apresúrate o llegarás tarde.
Sara también lo anotó en su cuaderno.
Cuando estaba sentada en su pupitre, tratando de
resignarse a otra larga jornada en la escuela, observó un curioso letrero
colocado al lado de la pizarra. El letrero llevaba ahí todo el curso, pero Sara
no se había fijado antes en él. En todo caso, no le había llamado la atención.
Sacó su cuaderno y escribió las palabras que leía:
• NO HABLÉIS EN CLASE.
• NO MASQUÉIS CHICLE EN CLASE NO
COMÁIS NI BEBÁIS EN CLASE. NO TRAIGÁIS JUGUETES.
• NO ENTRÉIS CON LAS BOTAS DE AGUA EN
CLASE.
• NO MIRÉIS POR LA VENTANA.
• NO OS QUEDÉIS DESPUÉS DE CLASE PARA
REPASAR LA
LECCIÓN.
• NO TRAIGÁIS VUESTRAS MASCOTAS A
CLASE.
• NO LLEGUÉIS TARDE A CLASE.
Sara se quedó estupefacta. Salomón tiene razón. La
mayoría de nosotros nos resistimos a nuestro flujo de bienestar.
Sara se pasó el día observando afanosamente todo cuanto
ocurría a su alrededor.
A la hora del almuerzo, se sentó aparte de sus
compañeros, escuchando la conversación que mantenían dos maestros sentados a su
espalda. No alcanzaba a vedas, pero oía claramente lo que decían.
-No sé qué hacer -dijo uno de los
maestros-o ¿Tú que opinas?
-Yo que tú no lo haría -respondió el
otro-o Nunca se sabe, podrías acabar en una situación peor que ahora.
¡Caray!, pensó Sara. No tenía remota idea de qué estaban
hablando, pero fuera lo que fuere, estaba claro que ambos decían no.
Sara añadió a su lista:
NO SÉ.
YO QUE TÚ NO LO HARÍA.
Cuando había transcurrido la mitad de la jornada escolar,
Sara había llenado dos páginas de noes para comentados con Salomón.
La tarde resultó tan provechosa como la mañana y Sara
añadió a la lista:
• ¡NO TIRES ESO!
• ¡NO HAGAS ESO!
• ¡HE DICHO QUE NO!
• ¿NO ME OYES?
• ¿ES QUE NO HABLO CON CLARIDAD?
• ¡NO ME EMPUJES!
• ¡NO VOLVERÉ A DECÍRTELO!
Al término de la jornada, Sara estaba agotada. Daba la
impresión de que todo el mundo se resistía al flujo de bienestar.
-Tienes más razón que un santo,
Salomón. La mayoría de las personas dicen NO en lugar de SÍ. Incluso yo. Sé lo
que debo hacer, pero no consigo hacerlo.
NO CONSIGO HACERLO, escribió Sara en su lista.
¡Menudo día!
Qué lista tan larga, Sara. Se nota que hoy has estado muy
ocupada.
-Ni te lo imaginas, Salomón. Esto no
es más que algunas de las frases que he oído hoy. La gente dice casi siempre
que NO. ¡Y ni siquiera se dan cuenta! Yo también lo hago. Esto es muy difícil,
Salomón.
En realidad no es tan difícil, Sara, una vez que has
aprendido a fijarte en las cosas positivas y comprendes cuál es tu objetivo.
Léeme algunas frases de tu cuaderno y te lo demostraré.
• «NO TE RETRASES.»
Sé puntual.
• «NO QUEREMOS QUE NUESTROS INVITADOS VEAN LA CASA
PATAS ARRIBA.»
Queremos que nuestros invitados se
sientan cómodos en nuestra casa.
• «NO DEJES QUE ENTRE EL AIRE FRÍO.»
Procura mantener nuestra casa bien
caldeada.
• «NO LLEGUES TARDE A LA ESCUELA.»
Es preferible ser puntual.
• «NO VAYAS A CAERTE.»
Concéntrate en lo que haces y coordina
tus movimientos.
• «NO SERÁ FÁCIL.»
Con el tiempo lo conseguiré.
• «NO CORRÁIS POR EL PASILLO.»
Pensad en los demás.
• «NO HABLÉIS EN CLASE.»
Comentemos las cosas entre todos y así
aprenderemos.
• «NO MIRÉIS POR LA VENTANA.»
Si os concentráis en lo que hacéis
saldréis ganando.
• «NO OS QUEDÉIS DESPUÉS DE CLASE PARA REPASAR LA
LECCIÓN.»
Prestad atención en clase y trabajemos
conjuntamente.
• «NO TRAIGÁIS VUESTRAS MASCOTAS A CLASE.»
Vuestras mascotas se sienten más a
gusto en casa. –
¡Caray, Salomón, eres un as!
Tú también aprenderás a hacerla, Sara. Sólo tienes que
practicar. Las palabras que utilices no importa, Sara. Lo perjudicial es
resistirte al flujo de bienestar. Cuando tu madre te dijo: «No dejes la puerta
abierta,» rechazaba lo que no quería. Pero aunque hubiera dicho: « ¡Cierra la
puerta!», era más consciente de lo que no deseaba que lo que deseaba, y por
tanto su vibración habría sido una vibración negativa.
Lo que quiero es que aprendas a inclinarte hacia lo que
deseas, en lugar de resistirte a lo que no deseas.
Desde luego, tus palabras indican tu orientación, pero
tus sentimientos son un indicador aún más claro de si permites que el flujo del
bienestar llegue a ti o te resistes a él.
Diviértete con esto, Sara. Cuando te resistes diciendo
NO, te resistes al flujo del bienestar. Lo importante es hablar largo y tendido
sobre lo que SÍ deseas. Cuando lo hagas, comprobarás que las cosas mejoran. Ya
lo verás.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
Sara regresó a su casa, el último día de aquel curso
escolar, con una extraña mezcla de sentimientos.
Por lo general, ésa era la época más feliz del año para ella,
con la perspectiva de un verano de una soledad casi absoluta ante ella, sin
tener que verse obligada a tratarse con unos compañeros de clase distintos a
ella y a menudo incómodos. Pero en esta ocasión, el último día de clase era
diferente para Sara, pues en el breve espacio de un año ella había cambiado
mucho.
Sara caminó rápidamente, aspirando el maravilloso aire
primaveral, y durante un trecho anduvo de espaldas. Anhelaba contemplado todo y
a rodos los que la rodeaban.
El cielo tenía un aspecto más hermoso que nunca. Más
azul. De un color más intenso. Y las nubes blancas y vaporosas eran impresionantes.
Sara oyó el claro y dulce canto de los pájaros, los cuales estaban tan lejos
que no alcanzaba a vedas, pero sus perfectos trinos llegaban a sus oídos. La
sensación del maravilloso aire sobre su piel era realmente deliciosa. Sara se
sentía eufórica.
Como ves, Sara, EL BIENESTAR abunda. -¡Salomón, eres tú!
Está en todas partes. Sara siguió escuchando en su mente
las palabras claras de Salomón.
Lo cierto es que está en todas partes donde no es
rechazado.
Continuamente fluye hacia ti un flujo constante y sistemático,
y en todo momento puedes permitir que llegue a ti o rechazarlo. Tú eres la
única que puede aceptar o resistirte a este flujo constante y sistemático de
bienestar.
Durante todos los momentos en que hemos conversado, lo
más importante que he deseado que aprendieras es el proceso de reducir, o
eliminar, los esquemas de resistencia que has aprendido de otras personas
físicas. Porque si no fuera por esa resistencia que has adquirido a lo largo de
este sendero físico, el bienestar que te es natural y te pertenece por derecho
propio, fluiría de modo natural hacia ti. Hacia todos vosotros.
Sara pensó en las maravillosas conversaciones que había
mantenido con Salomón. ¡Habían tenido una comunicación espléndida! Y Sara
comprendió que en todos los casos, con cada conversación que habían mantenido
ambos, Salomón la había ayudado a reducir su resistencia.
Pensó en las técnicas, o juegos, que Salomón le había
propuesto cada día, y ahora, desde su propia perspectiva, comprendió que Salomón
le había estado enseñando unos sistemas para reducir su resistencia.
Poco a poco, Sara había aprendido a eliminar su resistencia.
Tú también eres una maestra, Sara.
Sara abrió los ojos como platos, sintiendo que se le cortaba
la respiración, al oír que su maestro favorito le aseguraba que ella, al igual
que Salomón, era una maestra.
Y lo que has venido a enseñar, Sara, es que todo va bien.
A través de tu ejemplo claro, muchos otros comprenderán
que no existe nada contra lo que resistirse. Y que el hecho de resistirse es lo
que impide que el flujo de bienestar llegue a ellos.
Sara sintió que de las palabras de Salomón emanaba una
intensidad especial. Sus palabras la emocionaron tanto, que no sabía qué decir.
Sara enfiló el camino empedrado del jardín que conducía a
la entrada de su casa sintiéndose tan eufórica, que sintió deseos de ponerse a
brincar. Luego subió los escalones del porche salvándolos de dos en dos.
-¡Hola, ya estoy aquí! --dijo Sara a
cualquiera que estuviera en casa.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
Sara se acostó temprano, ansiosa de reanudar su
conversación con Salomón.
Cerró los ojos y respiró hondo mientras trataba de hallar
el punto maravilloso donde Salomón y ella habían interrumpido su charla.
-Todo va estupendamente --dijo Sara en
voz alta, con tono sereno y un convencimiento absoluto. Luego abrió los ojos
asombrada.
Salomón,
al que Sara no había visto desde hacía unas semanas, se hallaba posado sobre su
cama. Pero sus alas no se movían. Parecía como si estuviera suspendido en el
aire, manteniéndose sin esfuerzo alguno sobre la cabeza de Sara.
-¡Salomón! -gritó Sara gozosa-o
¡Cuánto me alegro de verte!
Salomón sonrió y asintió con la cabeza. -¡Qué hermoso
eres, Salomón!
Las plumas de Salomón eran blancas como la nieve y
relucían como si cada una de ellas fuera un diminuto reflector. Parecía mucho
más grande y más resplandeciente que antes, pero no cabía duda de que se
trataba de Salomón. Sara lo comprendió al mirado a los ojos.
¡Ven a volar conmigo, Sara! ¡Quiero
enseñarte muchas cosas!
Y antes de que Sara pudiera responder afirmativamente,
sintió aquel increíble impulso que había experimentado antes, cuando había
volado con Salomón, y ambos se elevaron por el aire, pero en esta ocasión
pasaron a gran altura sobre el pequeño pueblo.
De hecho, volaban tan alto, que Sara no reconoció nada de
10 que veía.
La intensidad de la percepción de los sentidos de Sara
era extraordinaria. Todo cuanto veía le parecía increíblemente bello. Los
colores eran más intensos y maravillosos que nunca. El olor del aire era
embriagador; Sara nunca había aspirado unos aromas tan maravillosos. Sara
percibió los hermosos sonidos del canto de los pájaros, el murmullo del río y
el silbido del viento. Los sonidos de móviles de campanillas y las risas
infantiles que sonaban a su alrededor. El tacto del aire sobre su piel era
calmante, gratificante y excitante. Todo tenía un aspecto, un olor, un sonido y
un tacto delicioso.
-¡Qué bonito es todo, Salomón!
-comentó Sara. Deseo que conozcas el inmenso bienestar que contiene tu planeta.
Sara no adivinaba 10 que Salomón le tenía reservado, pero
estaba dispuesta y deseosa de ir a donde él la condujera.
-¡Estoy preparada! -exclamó.
y en un abrir y cerrar de ojos, Sara y Salomón se
alejaron volando del planeta Tierra, muy lejos, más allá de la Luna, más allá de los
planetas, incluso más allá de las estrellas. En un instante recorrieron años
luz, hasta llegar a un lugar desde el que Sara pudo ver a su hermoso planeta
girando y resplandeciendo a lo lejos, moviéndose en un ritmo perfecto con la Luna, los otros planetas, las
estrellas y el Sol.
Mientras Sara contemplaba el planeta Tierra, una
sensación de absoluto bienestar embargó su cuerpecito.
Observó con orgullo cómo la Tierra giraba firme y sistemáticamente
sobre su eje, como si bailara con sus parejas, todas las cuales conocían a la
perfección el papel que desempeñaban en aquel magnífico baile.
Sara contuvo una exclamación de asombro. Contempla el
espectáculo, Sara.
Como ves, todo va bien. Sara sonrió y sintió que la
envolvía el cálido viento de aprecio.
La misma energía que creó tu planeta, en un principio,
sigue fluyendo a tu planeta para sostenerlo. Un flujo constante de energía pura
y positiva fluye en todo momento hacia todos vosotros.
Sara contempló su planeta convencida de que lo que decía
Salomón era verdad.
Echemos un vistazo más de cerca, propuso Salomón. Sara
dejó de ver a los otros planetas, pero la Tierra relucía espléndidamente dentro de su campo
visual. Vio con claridad la extraordinaria definición entre tierra firme y los
mares. Las cosas parecían como si estuvieran subrayadas con un gigantesco
rotulador, y el agua relucía como si debajo de la superficie hubiera millones
de lucecitas, iluminando los mares para que ella los contemplara desde su
perspectiva en el cielo.
¿Sabes que esta agua que ha alimentado
a tu planeta durante millones de años es la misma que lo alimenta hoy en día?
Esto representa un bienestar de gigantescas proporciones.
Piensa en ello, Sara. Nada nuevo es transportado por
tierra o aire a tu planeta.
Los inconmensurables recursos que existen, siguen siendo
redescubiertos por una generación tras otra. El potencial para una vida
espléndida sigue constante. Y los seres físicos descubren, en diversa medida,
esa perfección.
Echemos un vistazo más de cerca.
Salomón y Sara descendieron hasta posarse sobre el mar.
Sara aspiró el maravilloso olor del mar y comprendió que todo iba bien. Volaron
más rápidamente que el viento sobre el Gran Cañón, una larga y gigantesca falla
en la corteza terrestre.
-¿Qué es eso? -inquirió Sara
asombrada.
La prueba de la constante capacidad de tu planeta Tierra
de mantener el equilibrio. Tu Tierra busca continuamente el equilibrio. Ésa es
la prueba.
Mientras volaban en torno a la Tierra aproximadamente a la
misma distancia de la Tierra
que los aviones, Sara disfrutó contemplando el increíble espectáculo que se abría
a sus pies. ¡Qué cantidad de verdor, de belleza, de bienestar!
-¿Qué es eso? -preguntó Sara,
señalando el pequeño cono que asomaba en un punto de la superficie terrestre y
que emitía grandes nubes de humo gris y negro.
Un volcán, contestó Salomón. Mirémoslo más de cerca. y
antes de que Sara pudiera protestar, descendieron hasta situarse a escasa
altura sobre la tierra, volando por entre el humo y el polvo.
-¡Caray! -gritó Sara.
Estaba asombrada ante la sensación de bienestar que
sentía a pesar de que el humo era tan denso que no alcanzaba a ver nada.
Remontaron el vuelo, dejando el humo atrás, y Sara miró hacia abajo para
contemplar el increíble volcán que no dejaba de escupir humo.
Siguieron subiendo, desplazándose para contemplar otro
asombroso espectáculo.
Se trataba de un fuego. Un fuego gigantesco. Sara vio
unas llamas rojas y amarillas que se extendían a lo largo de kilómetros, en
ocasiones ocultas por grandes nubes de humo.
El viento soplaba con fuerza, disipando a veces el humo y
mostrando las llamas, tras lo cual el humo se tornaba tan denso que durante
unos momentos Sara no podía ver las llamas. De vez en cuando, vislumbraba a un
animal que huía del fuego, y le entristeció comprobar que el fuego destruía el
hermoso bosque y los habitáculos de tantos animales.
-¡Es espantoso, Salomón! -musitó Sara,
reaccionando a las circunstancias que presenciaba.
No es sino otra prueba del bienestar, Sara. Otra prueba
de que tu planeta Tierra busca el equilibrio. Si pudiéramos permanecer aquí el
tiempo suficiente, verías cómo el fuego añade al suelo la nutrición que éste
necesita. Verías cómo germinarían y florecerían nuevas semillas, y al cabo de
un tiempo contemplarías el asombroso valor de este fuego, que forma parte del
equilibrio general de tu planeta.
-Pero me entristece que los animales
se queden sin hogar -replicó Sara.
No te compadezcas de ellos, Sara. Encontrarán nuevos
hogares. No les faltará de nada. Son una extensión de la energía pura y positiva.
-Pero algunos morirán, Salomón
-protestó Sara. Salomón se limitó a sonreír, haciendo que Sara sonriera
también.
Te mesta superar el tema de la muerte, ¿'verdad? Aquí
todo va bien, Sara.
Sigamos explorando.
A Sara le entusiasmaba la sensación de bienestar que la
envolvía. Siempre había pensado que el mar era traicionero, infestado de
tiburones y restos de naufragios. Los reportajes de televisión que había visto
sobre volcanes activos siempre la atemorizaban.
Las noticias estaban llenas de incendios forestales y
desastres, y entonces Sara comprendió que se había resistido a ellos con todas
sus fuerzas.
Este nuevo punto de vista era mucho más tranquilizador.
Esas cosas, que Sara siempre había considerado terribles, o unas tragedias,
asumían ahora un nuevo significado al verlas a través de los nuevos ojos que
Salomón le había proporcionado.
Sara y Salomón volaron durante toda la noche,
deteniéndose para observar el increíble bienestar del planeta de Sara. Vieron
nacer a un corderito lechal y a unos polluelos rompiendo la cáscara de los
huevos. Vieron a miles de personas conduciendo coches, y sólo unas pocas tenían
accidentes. Vieron a millares de aves trasladarse a climas más templados y a
algunos animales de granja recubiertos por un pelaje más tupido para protegerse
de los rigores del invierno. Vieron a unas personas recolectando los frutos de
sus huertos y a otras plantando semillas en los suyos. Vieron cómo se formaban
nuevos lagos y nuevos desiertos. Vieron cómo nacían personas y animales, y vieron
cómo morían personas y animales. Y al contemplado, Sara comprendió que todo iba
bien.
-¿Cómo voy a explicar todo esto a la
gente, Salomón? ¿Cómo conseguiré hacerles comprender?
Ésa no es tu tarea, Sara. Basta con que lo comprendas tú,
cariño.
Sara emitió un profundo suspiro de alivio y luego notó
que su madre la zarandeaba suavemente. -¡Levántate, Sara! Hay mucho que hacer.
Sara abrió los ojos y vio a su madre inclinada sobre
ella, y tras despabilarse, se tapó la cabeza con las mantas para ocultarse de
esta nueva jornada.
Te aseguro que todo va bien, oyó decir Sara a Salomón.
Recuerda nuestro viaje.
Sara retiró las mantas con que se había cubierto la
cabeza y miró a su madre con una sonrisa radiante. -¡Gracias, mamá! ---dijo-.
Me moveré rauda como el viento. Todo irá bien. Ya lo verás. Enseguida me visto.
Su madre observó atónita mientras Sara saltaba de la cama
y empezaba a moverse con agilidad y
evidente alegría.
Sara descorrió las cortinas, abrió la ventana y extendió
los brazos esbozando una sonrisa de oreja a oreja. -¡Qué día más hermoso!
-exclamó, con tal entusiasmo que su madre la miró perpleja, rascándose la
cabeza.
-¿Estás bien, Sara, tesoro?
-¡Perfectamente! -respondió Sara sin
vacilar-o ¡Todo va de maravilla!
-Bueno, si tú lo dices, cariño...
-respondió su madre tímidamente.
-Claro que lo digo -insistió Sara,
corriendo hacia el baño y sonriendo de gozo-.
¡Estoy convencida de ello!
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